MANCHA HÚMEDA (I) - LAGUNAS DE ALCÁZAR - Momentos para discrepar

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lunes, 11 de noviembre de 2019

MANCHA HÚMEDA (I) - LAGUNAS DE ALCÁZAR

Desperté al valor ecológico y medioambiental del complejo lagunar de Alcázar de San Juan, una mañana en la que acepté acompañar a dos investigadores sociales de la universidad de Barcelona que, paradójicamente, se habían metido de lleno en un trabajo de campo con la sobreexplotación de los acuíferos manchegos como tema de investigación. Andaban por entonces mediados los 90, y yo me iniciaba también en esas lides, circunstancia que nos hizo coincidir. Recuerdo que era una de esas soleadas mañanas de invierno, el cielo estaba extraordinariamente limpio y azul, y el frío ambiente hacía que se agradecieran aquellos rayos de sol. Frente a nosotros, la pátina calma de las aguas de la laguna y el vuelo de algunas gaviotas:
MANCHA HÚMEDA (I) - LAGUNAS DE ALCÁZAR
 —¡Son preciosas! —me dijo Mercedes Viladomiu— ¡Ojalá en Barcelona tuviéramos algo igual!
Me quedé tan sorprendido que apenas supe reaccionar:
 —¿Algo igual? —le pregunté— ¡Tenéis cosas mucho mejor!
Entonces ella me miró con una especie de condescendencia en su rostro:
 —¡Un ecosistema estepario del centro peninsular! ¿De verdad piensas que esto no tiene valor?
¿Lo tenía?... Le dije que no; que nunca lo había tenido para nosotros: “Terreno espartario, arisco, improductivo, cubierto de lastrón y albardín” —escribía de ellas don Rafael Mazuecos-. Y no acabaría ahí nuestro menosprecio por el conjunto lagunar, porque a la altura de los años 60, las lagunas de La veguilla, y Del camino de Villafranca, se convertirían en el destino final de las aguas negras de Alcázar de San Juan. Olores nauseabundos, millones de mosquitos, cloaca estancada superficial, una verdadera lacra nos parecían las lagunas a la población. Lo inteligente era eliminarlas, y como drenarlas era casi imposible, colmatarlas fue la solución. De modo que las convertimos también en vertederos de escombros y residuos inertes. Con ello el ciclo del desprecio se culminó.
Esta explicación les daba yo a los catedráticos barceloneses mientras ellos me miraban con cara atónita llena de estupefacción.
 —Pues entonces tenéis mucho trabajo que hacer —me dijo de nuevo Lourdes Viladomiu.
Y, efectivamente, mucho era el trabajo por delante que nos quedaba por hacer: lo primero, convencernos a nosotros mismos del valor ecológico y medioambiental de la zona. Después, trasladarlo a la población hasta conseguir cambiar la nefasta apreciación que habíamos llegado a tener.
MANCHA HÚMEDA (I) - LAGUNAS DE ALCÁZAR
Tuvimos que empezar por formarnos a nosotros mismos. Conocer el complejo nos llevó tiempo, esfuerzo y no poca inversión en programas de saneamiento y educación ambiental. Llegamos a comprender así, que no siempre las lagunas fueron vistas de forma tan nefasta y despreciativa: mucho tiempo hubo en el que sus recursos fueron ampliamente aprovechados por la población. El más característico, la industria de la barrilla. El salicor (barrilla) almacena mucho sodio en su interior, de modo que, tratado en hornos improvisados en las orillas, permitían obtener sosa, materia prima imprescindible para la producción de jabón. De ella afirmaba el botánico Lagasca que producía más dinero que todas las minas del nuevo mundo.
En otras lagunas próximas se explotaba la sal. En todas, la utilización de la vegetación palustre para usos artesanales e industriales (juncos, carrizos, aneas) fue otro importante aprovechamiento económico unido al humedal. Carrizos para la construcción, aneas para los artesanos, juncos para combustibles de hornos de tejeras y cerámicas. Caza, pesca, extracción de arcillas, usos medicinales de los lodos… La retahíla parece no acabar. Eso sin olvidar el uso lúdico del agua allí donde las lagunas gozaban de un poco de profundidad.
De modo que fue la modernidad y el incipiente progreso los que hicieron innecesaria la función económica de estos humedales. La industrialización emergente los postergó. Y así fue como pasarían a convertirse en rémoras del pasado, criaderos de mosquitos, muladares, estercoleros, vasos receptores de las aguas negras, unos parajes de los que teníamos que alejarnos a fin de olvidar un pasado miserable, que afortunadamente ya parecía quedar atrás.
Debieron pasar muchos años, y tuvieron que venir de fuera para recordarnos de nuevo los valores que teníamos. Y así fue como llegamos a lo que después se conoció como paradoja de la desecación: primero tuvimos que decretar leyes e invertir ingentes cantidades de dinero para acabar con estos humedales por su “nulo” valor, y luego tuvimos que legislar en sentido contrario y volver a gastar enormes cantidades de recursos económicos para poderlos recuperar ¡Así han sido las cosas! ¡Deberíamos levantar en los alrededores lagunares algún monumento a la estupidez!
Desde entonces hasta el momento actual, treinta años después, mucho han cambiado las cosas. Hoy, prácticamente nadie considera nuestras lagunas algo sin valor. Motivo más que suficiente como para felicitarnos por ello. Sin embargo, la tarea está lejos de haber concluido, y la educación y concienciación ambiental debe ser tarea permanente. Afortunadamente contamos con una nueva generación que parece haber tomado el testigo superándonos con creces en su buen hacer. Creo que es la mayor satisfacción que he conseguido tras media vida de activismo medioambiental.

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