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domingo, 29 de agosto de 2021

 

LECTURAS ESCOGIDAS (V) – ¿ES POSIBLE LA AMISTAD?

 


Cuando comencé a escribir esta nueva serie que denominé "Mis lecturas escogidas", ya avancé que trataría de esbozar en ella mis impresiones ante segundas lecturas de mis propios textos —precisamente aquellos que menos éxito han tenido—, asumiendo un rol diferente de cuando los escribí; esto es, el de un lector crítico de la obra que busca entender o apreciar el posible fallo del texto: ¿Dónde me pude equivocar?
Tarea nada fácil, por cierto, porque en principio supone, como poco, adoptar una nueva actitud ante el hecho lector: buscar momentos de especial calma o tranquilidad, centrarme profundamente en el contenido de la lectura, pararme e incluso volver atrás, cuando entiendo que podía haber expresado mejor o con mayor claridad la idea que pretendía transmitir… Porque lo que me ha quedado claro, después de una larga trayectoria de más de treinta años, es que una cosa es lo que pretende transmitir el escritor, y otra, lo que llega o puede interpretar el lector.
Bien, pues esbozada de nuevo la intención o el objetivo de esta serie, hoy quisiera comentar uno de esos trabajos que vienen a tratar sobre aquellos asuntos que, personalmente, me producen mayor zozobra e intranquilidad: me refiero a la cuestión de tener; o mejor, saber mantener una amistad. Para ello, y como escrito de referencia utilizaremos el siguiente:
 ¿ES POSIBLE LA AMISTAD?
Como “afecto personal puro y desinteresado […] que nace y se fortalece con el trato” define el diccionario de la Real Academia el vocablo “amistad”. Y me pregunto ante tal denominación si en la vida actual y con el modelo de sociedad que hemos creado puede ser posible ese “afecto personal puro y desinteresado” que es la base que posibilita la amistad.
Decía Séneca que "…no es fácil considerar a alguno amigo, pero si así lo consideras que sea porque tengas en él tanta confianza como en ti mismo”. La cuestión es: ¿Resulta factible, hoy en día, hacer entrega de tanta confianza? ¿Es posible deliberar todo con el amigo sin que quepa duda sobre la total confidencialidad?
Desde luego una cosa es segura: antes de conceder amistad se debe juzgar. Porque es un error confiar antes de conocer. Y también lo es romper esa confianza cuando se conoce bien. Se debe reflexionar, por tanto, y reflexionar bien, cuándo queremos recibir a alguien como amigo. Pero cuando lo hagamos, tendremos que admitirlo con toda nuestra alma, porque junto al amigo se reciben también sus defectos —sus virtudes por descontado, porque son las que nos habrán acercado a la amistad—, y eso significa que hay que plantearse las relaciones con los amigos como si de un gran mural se tratara, un lugar donde cada persona te aporta una cosa diferente.
Porque no existe la perfección, por tanto, no debemos pedir a nuestros familiares y amigos que sean perfectos. A los amigos sólo hay que pedirles aquello que puedan dar, a fin de que podamos aceptar a las personas tal y como son. Cuando alguien te pide un favor que no te apetece hacer, simplemente no se hace, y ya está. Porque no hay movimiento alguno que pueda acercar a dos mentes separadas. Y este es el único medio que permitirá disfrutar de una amistad capaz de persistir y superar las expectativas; ya sean de esperanza, de inquietud, o incluso el propio egoísmo de cada cual.
Soy de esos que opinan que en el momento actual es muy difícil tener amigos. Que son, o quizás seamos muchos, los que pueden preciarse de tener amistad; pero pocos los que pueden preciarse de tener amigos. Por tanto, cuando se tienen de verdad, deberíamos esforzarnos por mantenerlos con especial dedicación.
Y escribo esto movido por una convicción fundamental: porque creo firmemente que la pérdida de valores y el individualismo imperante está forjando personas tan parcas en dar como afanosas en recibir. Y esto se traduce en que del otro lo queremos todo; su aliento y compañía en los momentos difíciles, su respeto y admiración… En cambio, qué poco sabemos dar, cuán difícil nos resulta alegrarnos sinceramente del bien del amigo, por no decir del bien general.
En realidad, hoy una gran parte de la sociedad confunde la amistad con el compañerismo, la simpatía o la camaradería, porque es el sentimiento más cercano a la amistad que han sentido en su vida. Así que tampoco la echan de menos. Y sin embargo la amistad es quizá el más perfecto de los sentimientos, porque surge libremente y se da a cambio de nada. Montaigne la calificaba de virtud: “… cada virtud necesita un hombre; pero la amistad necesita dos”. La amistad siempre es cosa de dos. Implica el trato y la aceptación del otro, un ser humano que no siempre se moverá con criterios lógicos, pues también actuará de forma emotiva y erizada de prejuicios, impulsado por el orgullo y la vanidad ¡Qué difícil comprender al amigo! Por tanto, que difícil la amistad. Y sin embargo es uno de los mayores bienes, un tesoro que todos deberíamos anhelar.
Concluyo en que considero importante la amistad, pero creo que no es fácil lograrla. Y que para alcanzarla y conservarla sólo hay un camino: preocuparse sinceramente por los demás, y hacerlo sin esperar nada a cambio. ¿Es posible esa preocupación desinteresada en el mundo actual? Pues de la respuesta que nos demos dependerá la posibilidad de tener en la vida amigos o mantener sólo “amistad”.
 ────♦◊♦────
Del análisis sereno del texto de referencia, podríamos concluir que: preocuparse sinceramente por los demás sin esperar nada a cambio, es la clave, sin duda.
Pero lo que viene a ocurrirnos, empero, es que en la mayoría de las ocasiones todos esperamos del amigo reciprocidad, que es lo mismo que creer en la justicia universal: la de que antes o después nos será devuelto lo mismo que hemos dado. Se denomina mentalidad transaccional; una mentalidad que solo conduce a la desilusión y a la frustración.
¿Y cuál es el problema de mantener esta mentalidad transaccional en relación con la amistad?
Pues el principal es, que las personas supeditamos las relaciones a los beneficios que podríamos obtener; es como una especie de intercambio del que sacar provecho, generalmente en términos emocionales. Una mentalidad tan arraigada que se considera normal y respetable.
En realidad, solo es una actitud egoísta, propia de personas débiles, incapaces de satisfacer por sí solas sus necesidades, que intentan satisfacerlas a través de los demás. Jamás tienen en cuenta que la otra persona, el amigo, también tiene sus necesidades y prioridades en la vida, y que no siempre coincidirán con las nuestras. A la larga siempre intentan cobrar sus favores, y se convierten en especialistas en hacer sentir mal al otro.
La alternativa: una mentalidad sensible, capaz de hacernos poner en el lugar del otro; llegar a comprender que nadie nos debe nada. Por tanto, no se trata de recibir todo lo que damos; sino de dar todo lo que somos. Lo que implica todo un cambio de mentalidad que se reflejará en nuestro comportamiento. Algo muy difícil de lograr; pero único camino para conservar la amistad.

1 comentario:

  1. Interesante reflexión, Mariano, pragmática y serena que comparto en su totalidad. Hablaré de mí porque se tercia a ello. He conocido a lo largo de mi vida y por diferentes motivos a miles de personas, una han me calado más que otras por su comportamiento en general, y sobre todo por la relación más o menos estrecha que haya podido mantener con ellas sin diferenciar a nadie por condiciones religiosas, políticas, de raza o de sexo. A la postre, y a mis 76 años, puedo decir, sin temor a equivocarme, que tan solo dos personas son amigos de verdad, de aquellos con los que compartes intimidades y asuntos importantes de nuestras vidas sin pedir nada a cambio. Hay, posiblemente, otros cientos que, manteniendo una cierta amistad cordial, no alcanzan el grado de amistad necesario como para compartirlo todo. Para mi, desde siempre, el amigo ocupa en mi vida el escalón siguiente al de mi familia, esposa e hijos; los siguientes peldaños lo ocupan el resto de familiares en tercer orden y esos otros cientos de amigos que he mencionado.

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