Escribo por necesidad con un solo objetivo: alcanzar un
ansiado y determinado logro. Y por tal no me refiero al
logro del éxito. Al menos entendido éste en su aspecto
material de reconocimiento, fama o dinero—faceta difícil
de lograr que solo un pequeño porcentaje logra alcanzar— sino al éxito en el sentido de satisfacción, de logro del
objetivo personal de ser lo que uno quiere ser, superando
lo que se debe ser; esto es, lo que nuestro rol social nos
impone que debemos hacer en todas aquellas parcelas
menos personales y más sociales de la vida.
Porque no tendría explicación, si no, que haya escrito
durante treinta años con tesón y perseverancia sin haber
logrado por ello alcanzar un adecuado número de
lectores. Y escribir durante treinta años sin la
contrapartida de obtener ninguna de las compensaciones
que se supone busca un escritor —fama, éxito, dinero—;
eso solo puede tener una explicación: que uno escribe por
auténtica necesidad vital, viniéndose a conformar con la
satisfacción íntima que le produce el hecho de escribir.
Una satisfacción muy pobre, dicho sea de paso. Pero
insisto, es la que en mi caso me mueve a perseverar.
Yo escribo todos los días, a todas las horas. Quiero decir
a todas las horas que me quedan libres tras realizar mis
otras obligaciones. Así que inexorablemente un trabajo
sigue al otro, y mi obra, esa que poca gente ha querido
leer, va alcanzando una considerable proporción.
Reconozco que una de las cosas más difíciles en
cualquier trabajo creador consiste en elegir el tema en
cuestión; esto es, sobre qué se va a escribir y lo que no es menos importante, si este tema suscita interés de
investigación. Y puedo asegurar que en ocasiones esta
cuestión puede ser capaz de sacar de sus casillas a
cualquier escritor. Porque son muchas las ocasiones en
que pese a intentarlo la inspiración no llega. Son esos
momentos en los que todo parece banal y falto de interés.
Es en cierta medida, el momento anticreador, aquel en el
que lo que conviene hacer es plegar las velas y esperar a
que soplen mejores vientos, aquellos más propicios al
hecho creador. Pero otras veces, en cambio, la inspiración
llega de cualquier modo, casi, casi, sin esperarla. Tanto
que llegas a preguntarte si es ésta en realidad la
inspiración que buscabas o necesitabas. Pero en esos
momentos lo que conviene es no dudar, agarrar la idea
con ahínco y después pasar a la fase del “quiero
comenzar”, esa predisposición para iniciar un nuevo
proyecto que garantiza la confianza de contar con la
voluntad necesaria para realizarlo.
Decía Marco Tulio Cicerón que "los pueblos que olvidan
su historia están condenados a repetirla". Y aunque no
esté yo muy seguro de que desconocer la historia
condene a repetirla, si creo firmemente, en cambio, que
conocerla ayuda a enriquecer los corazones.
Bombardear el Callao es una obra en la que creo haber
respetado la regla básica de la novela histórica: ser fiel a la historia aún con un entramado añadido que se configura
en la ficción. Para ello me he documentado mucho desde
las dos partes contendientes, la española, y la chilena
peruana. Creo haber aprendido cosas en el proceso. En lo
fundamental, que no hay verdades objetivas, y que las
historias que conocemos, en realidad están deformadas
por el color del enfoque con el que nos han sido
transmitidas. Lo que nos lleva a una única conclusión: que
la historia hay que acogerla de forma crítica, y
contrastarla; y que la vida social y en común es cosa de
tolerancias.
Nada hay nada más difícil que ser tolerante de
verdad, porque cuando se quieren conocer las cosas,
siempre se encuentra el tiempo y el momento para
poderlas contrastar, y en muchas ocasiones, cuando los
resultados obtenidos no concuerdan con la interpretación
anterior ¡Qué difícil resulta encajar entonces la nueva
situación!
Las primeras páginas de esta obra, escritas a modo de
introducción histórica, están dedicadas a conseguir este
fin. Soy consciente de romper con ello una línea editorial
que ha sido constante en los cánones de la novela
histórica. Y que probablemente esta forma de hacer
encontrará alguna crítica en el mundillo editorial. Pero no
importa, porque en este caso, el fin justifica los medios. Y
el fin no es otro que conseguir que el lector pueda adentrarse en la lectura con un conocimiento histórico
básico que le permita comprender por qué estuvimos en el
Pacífico y qué hacíamos allí.
* * *
El muy ajetreado siglo XIX español pudo vivir un lapso
político de cierta normalidad con el denominado “Gobierno
largo” de O´Donnell y la preponderancia de su partido, la
Unión Liberal, en realidad un mero intento de agrupar en
una especie de formación política de centro a liberales
moderados y progresistas con el fin de dar estabilidad al
país.
El “Gobierno largo (1858-1863)” basó su éxito, no solo en
saber conceder la posibilidad de participación en el poder
a los extremos del liberalismo, sino también en saber
realizar un hábil despliegue hacia la política internacional
que había permanecido ignorada por España durante las
dos generaciones anteriores.
O´Donnell pudo ver en las inquietudes internacionales un
contrapeso a la polarización extrema de los españoles,
siempre centrados hacia los problemas de la política
interior.
Se trataba de un momento en el que las potencias
europeas se dedicaban a expandirse o a granjearse zonas de influencia. Y O´Donnell, de acuerdo con las
mentalidades de la época hizo recordar al mundo que
todavía existía un Estado soberano que se llamaba
España.
La primera intervención militar de España en el exterior,
durante esa época, se daría en Marruecos entre los años
1859/1860. En 1861, la isla de Santo Domingo volvió a
anexionarse a España, y apenas unos meses después, se
emprendió, junto a Francia y Alemania una expedición
punitiva a Méjico.
Las críticas a esta aventura mejicana soliviantaron de
nuevo la política interna española obligando a O´Donnell a
presentar su dimisión en 1863.
En 1865, O´Donnell volvió al poder, pero la situación del
país era deplorable: la Hacienda pasaba por difíciles
momentos, la economía cayó en un tremendo bache en
1866; escaseaban los productos alimenticios, disminuía la
producción y faltaba la confianza en el futuro. Lo único
que le quedaba al general era la utilización del recurso
que tan buenos resultados le había dado durante su
“Gobierno largo”: asomarse al exterior.
La Guerra del Pacífico, objeto de esta novela, tuvo así un
carácter de subterfugio para evitar el despedazamiento
interno. Fue una lucha absurda y sin sentido entre pueblos hispanos embarcados en un romántico sentido del honor
que llevó a la muerte a hombres rudos e ignorantes,
inflamados por la belicosa argumentación de “mejor honra
sin barcos, que barcos sin honra”.
Estas páginas pretenden rescatar el recuerdo de aquellas
víctimas inocentes que murieron sin conocer la verdadera
razón de su pasión.
* * *
A veces, cuando ya se tiene una idea clara sobre aquello
de lo que se quiere escribir, las complicaciones pueden
surgir durante el proceso del desarrollo de la obra; esto
es, cuando pretendemos concretar la idea para hacerla
literatura. Porque puede ocurrir entonces algo extraño:
que el resultado que se va obteniendo no concuerde con
la idea original. Y es que en no pocas ocasiones, trama y
evolución posterior pueden llegar a cambiar la propia idea
original.
Algo así me ha ocurrido con esta obra en cuestión. Y es
que de la idea que tenía preconcebida en un principio, su
desarrollo posterior está cambiando todos los cánones de la novela, hasta hacerla casi tomar su propio curso de
una manera impersonal; quiero decir, de una forma casi
independiente a mi voluntad como autor. Como dice Paul Ricoeur, somo seres narrativos y no
podemos comprendernos al margen de las narraciones
que desde que éramos pequeños han configurado nuestra
mentalidad y la concepción de la realidad. Somos una
compilación de relatos, de historias, de voces que a veces
se convierten en ejemplos a seguir.
Escribir historias, pues, supera el mero hecho de contar
anécdotas, para adentrarnos en el mundo de las historias
de vida que son las que realmente condicionan la
intrahistoria de la historia, aquella que configura la que
escribieron los “don nadie”, pero que sin su concurso no
sería posible un verdadero acercamiento a la historia
enciclopédica.
Pero escribir una novela como esta, de carácter
eminentemente marinero, y situada en las lejanas aguas
del Pacífico, plantea problemas de difícil solución. Cuando
el plano histórico se aleja y se aísla para ceñirlo al
condicionante reducido de unos barcos, con todo el
aislamiento y la dificultad que esto comporta, se corre el
riesgo de deslizarse hacia una novela de aventuras. Algo
que este autor ha pretendido evitar… ¿Cómo? Pues
recurriendo a la técnica de la historia novelada que, si
menos creativa que la novela histórica, en cambio resulta
mucho más fiel a la histórica realidad.
Y como uno de los principales objetivos de este autor es
divulgar distintos acontecimientos de nuestra historia,
siempre desde el punto de vista de aquellos que la
configuraron pero que, en cambio, no suelen aparecer en
las grandes efemérides históricas, pues creo que el
sentido y el objetivo está logrado. Aunque supongo que no
todos los lectores opinarán igual.
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