DE LOS PARTIDOS DE CUADROS A LOS PARTIDOS DE MASAS - Momentos para discrepar

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martes, 30 de julio de 2019

DE LOS PARTIDOS DE CUADROS A LOS PARTIDOS DE MASAS

Antecedentes: el sexenio revolucionario

Es importante distinguir en cualquier revolución importante, y no cabe la menor duda que la acaecida en 1868, lo fue, tres planos: el político, el económico y el social. Cuando estos tres factores se conjugan simultáneamente es muy probable el estallido revolucionario porque la crisis económica va a dar a la crisis política una inmensa fuerza social. En mayo de 1866 se produjo una fortísima crisis económica que provocó quiebras de empresas, una vertiginosa caída bursátil y una restricción en los créditos que provocó la ruina de numerosas familias.
DE LOS PARTIDOS DE CUADROS A LOS PARTIDOS DE MASAS
De los partidos de cuadros a los partidos de masas
A la falta de trabajo producida por el crack bancario y bursátil hay que añadir la falta de pan originada por las malas cosechas de 1867 y 1868, esta última considerada la peor del siglo. Las reacciones gubernamentales a la situación fueron desafortunadas: se emitió un empréstito forzoso que obligaba a todos los contribuyentes, se rebajaron los sueldos de todos los funcionarios públicos civiles, pero no se hizo con los militares, lo que provocó un fuerte malestar ciudadano. El empeoramiento de las condiciones de vida de las clases trabajadoras, artesanales, industriales y campesinas era evidente. A ello se añadía la total ausencia de participación política de las mencionadas clases. Políticamente no sólo se había producido una desintegración interna del régimen isabelino, sino también la aparición de una nueva fuerza: el Partido Demócrata. Nacido del progresismo liberal alcanzó, a partir de 1860, una ideología específica gracias a la unión con intelectuales krausistas que proporcionaron las ideas sobre el absoluto respeto a la dignidad humana y la intangibilidad del individuo en cuanto soberano de sí mismo. Para los demócratas eran puntos claves de su filosofía política: la soberanía popular, el reconocimiento expreso de los derechos de la persona, y, por ende, el sufragio universal.
El primer acuerdo entre progresistas y demócratas, a los que luego se unirían los unionistas, se llevó a efecto en Ostende, el 16 de agosto de 1866. Su objetivo era derribar a Isabel II y a su régimen. Cualquier otro punto de acuerdo sobre aspectos fundamentales, salvo el de implantar en España el sufragio universal, o no se consideró, o no se pudo alcanzar. Pero, pese a todo, el mínimo acuerdo alcanzado era suficiente: la idea clave era arrojar del trono a Isabel II y del poder a los moderados; una vez conseguido esto, unas Cortes, convocadas por sufragio universal, decidirían sobre todo lo demás.
Ya en el mismo año 1866 intentaría Prim sublevarse en Villarejo sin éxito. Algo más de importancia tuvo la revuelta del cuartel de San Gil, en junio de ese mismo año, que fue acompañado por el levantamiento de la masa popular. La energía desplegada por O'Donnell y Narváez puso fin a la intentona. Tampoco daría resultado el alzamiento de agosto de 1867, pese a sus mayores preparativos. Pero había algo evidente, la revolución estaba a las puertas, y tarde o temprano acabaría triunfando. La muerte de O'Donnell permitió a los unionistas inquietos sumarse a la facción revolucionaria, y aunque la Unión Liberal tenía muy pocas cosas que aportar a la revolución, muchos de los más famosos generales eran unionistas y podían deparar al nuevo régimen el apoyo militar que le estaba faltando. El golpe definitivo estalló el 18 de septiembre de 1868. La escuadra del almirante Topete se sublevó en Cádiz. Después se sublevaría Sevilla. Las fuerzas leales a Isabel II, mandadas por el marqués de Novaliches, avanzaron sobre Córdoba en un intento por contener el movimiento. Fue derrotado en la batalla del Puente de Alcolea por el general Serrano. La revolución había triunfado definitivamente en España: era el 27 de septiembre de 1868.
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