A VUELTAS CON LA FELICIDAD (III) - LA MEDIOCRIDAD - Momentos para discrepar

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lunes, 9 de septiembre de 2019

A VUELTAS CON LA FELICIDAD (III) - LA MEDIOCRIDAD

La sensación de mediocridad, ese sentimiento de no considerarnos lo suficientemente buenos, de pensar constantemente que aquello que hacemos no alcanza el nivel, que por más que nos esforcemos los resultados serán siempre igual: mediocres en su totalidad. ¡Qué sentimiento tan nefasto! Y sin embargo, qué habitual: cuántas personas se sienten así, opacando con ello su derecho a la felicidad.
A VUELTAS CON LA FELICIDAD (III) - LA MEDIOCRIDAD
A vueltas con la felicidad: la mediocridad
Yo no sé, exactamente, de dónde surge, ni por qué. Lo que sí sé, es que todo aquel que sufre con ese sentimiento, se suele escuchar siempre a sí mismo, en lugar de hablarse a sí mismo. Son esas cantinelas que vamos diciéndonos y con las que nos vamos conformando: ¡Ya es tarde! ¡Se nos pasaron los años! ¡Estoy cansado! ¡No tengo tiempo! En realidad, formas inventadas desde nuestro subconsciente para acostumbrarnos a sobrevivir en esta mediocridad que nos hemos creado; en realidad, miedo a perder la seguridad de lo conseguido.
Sin embargo vivimos en una época de mejora continua: todo está al alcance de nuestras manos: técnicas, herramientas, cursos, cientos de especialidades que podrían mejorar aquello que estamos haciendo. Así que la cuestión estriba en preguntarnos ¿En qué estamos ocupando la mayor parte de nuestro tiempo? ¿En lo que realmente es trascendente e importante? ¿O en aquello que nos retiene manteniéndonos siempre en el mismo sitio?
La mediocridad es contagiosa: pereza, falta de estímulos y de visión, son el camino que nos conduce de lleno a situarnos en la vida cómoda y sin sobresaltos. Pero ese suele ser un camino lleno de rutina y monotonía; un camino lleno de mediocridad.
Y la mediocridad no hace daño a nadie, tan solo a uno mismo. Por eso, unirse o compartir con gente mediocre, es unirse a gente tóxica de aquella, que como ya comentamos en otra de estas entradas, habría que huir.
Así que, si uno se considera mediocre, lo primero que debería hacer es analizar si está instalado en una franja de confort de la que le da miedo salir: ¿Te preparas? ¿Te formas convenientemente? ¿Te embarcas en nuevos proyectos pese a su riesgo o su dificultad?... Pues si te estás respondiendo que sí, ya puedes asegurarte a ti mismo que no existe esa mediocridad que percibes en tu hacer.
Segundo; analiza con quién andas, con quién compartes tus salidas, tu tiempo. Porque de la calidad de esas relaciones va a depender, y mucho, el éxito que experimentarás. Porque al igual que existen personas dispuestas a amargarte la vida, también se pueden encontrar mentores que te ayudarán a avanzar un paso más. Así que, para pactar con la mediocridad, lo mejor es que no pactes con nadie, tan solo contigo mismo: tienes que confiar en tu instinto y porfiar en él. Y si te caes; te vuelves a levantar.
Por tanto, si tu propio autoanálisis te hace ver que no eres ningún mediocre, pero sin embargo a ti te parece que sí lo eres, tan solo tienes por delante una tarea que hacer: transforma tu red de relaciones, aléjate de todos aquellos elementos tóxicos, y suma con aquellos que percibes abiertos a la superación y a la mejora continua.
Y no te olvides de una cosa: las personas “huelen” el compromiso personal desde kilómetros de distancia. De modo que disfruta de lo alcanzado, y disponte siempre a ir a por mucho más. Y si tienes dudas, pregúntate cómo te estás mirando; acéptate, pero sobre todo cuídate, respétate y felicítate. Reinventa tu mirada; échate por montera ese puñetero sentimiento de mediocridad, y habrás dado otro paso de gigante en la búsqueda de tu felicidad.

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