A VUELTAS CON LA FELICIDAD (V) - LAS QUEJAS - Momentos para discrepar

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sábado, 28 de septiembre de 2019

A VUELTAS CON LA FELICIDAD (V) - LAS QUEJAS

No hace mucho que escribía sobre este tema. Pero aun así, y a riesgo de reiterarme, vuelvo a la cuestión porque considero que la queja en demasía, es decir, el estado de “quejicoso”, es un orden incompatible con el estado de felicidad. Así que debo de volver sobre ello en esta serie dedicada, si no al modo en que podría alcanzarse un estado de felicidad, si, al menos, a valorar aquellos sentimientos y/o actuaciones que la imposibilitan de verdad. Intentaré, no obstante, seguir con el hilo, procurando no contradecirme con aquella primera exposición.
A VUELTAS CON LA FELICIDAD (V) - LAS QUEJAS
Por qué tantas quejas
Decía entonces que los seres humanos parece que hubiéramos perdido la capacidad de tolerar al prójimo, olvidando que vivimos en sociedad y que, por tanto, eso lleva implícita la necesidad de aguantar cosas que pueden irritarnos: colas, ruidos, bullicio, determinados comportamientos; peajes debidos que tenemos que pagar. Aunque ¡eso sí!, en su cierta medida, justamente. Sobrepasada esta medida, la queja resulta lógica y natural: es como una mera cuestión de autodefensa que elaboran nuestros sentidos para buscar el equilibrio ante las situaciones y retornar a la normalidad.
Esto es así, generalmente. El problema surge cuando el sujeto, de tanto quejarse, deviene en quejicoso: le molesta si llueve, y si sale el sol también; le molesta si los saludas, y si no los saludas; les molesta todo, porque el sino de su vida es quejarse. Son personas que se lamentan constantemente; todo lo reprochan, nada les agrada, la vida es un lamento. Lo que consiguen con ello es quedarse solos, alejados de la mejor gente, porque ¡a quién le gusta permanecer al lado de alguien que siempre se está quejando!
Me pregunto por qué uno puede pasar de actuar normalmente, expresando en alguna ocasión su queja por lo que le molesta, a convertirse en un ser de lamento continuo, si ello lo único que puede darle es insatisfacción, disgusto y resentimiento. Parece como si con el lamento continuo esperaran que las cosas se solucionasen, o que los demás se apiadaran de su situación resolviéndole los problemas: inseguridad, miedo, dolor; son los sentimientos que transmiten los quejosos. Se convierten en personas tóxicas; para sí mismos y para los demás. Son de esas personas de las que hay que huir si no quieres ver perturbada tu felicidad.
Decía en mi anterior entrada que, para determinados estudiosos sobre este tema, el objetivo de la queja no es otro sino considerarse víctima de una forma u otra: unos se quejan para sentirse víctimas, mientras otros se convierten en víctimas porque se quejan. ¡No puedo! ¡Están todos contra mí! ¡No me aprecian! ¡No reconocen lo que valgo! Son como mantras constantes en su monólogo personal. Deberían escucharse más, en lugar de hablarse, quizá así podrían descubrir el potencial que llevan dentro y ponerse a actuar en consecuencia. En primer lugar, para tratar de llevarse bien consigo mismo, que es el paso previo para llevarse bien con los demás.
Quejémonos menos, y centrémonos en nuestra mente y nuestros deseos. Mantengámosla ocupada: trabajando, estudiando, perfeccionándola. Esto no garantiza que se vaya a conseguir lo que esperas. Lo que si garantiza es que se va a disfrutar del recorrido hacia la meta. Y este es el verdadero secreto de nuestro tránsito por el mundo.
Así que, moderemos las quejas, pensemos siempre en por qué nos estamos quejando, y qué se puede hacer frente a ello. Eso, desde luego, no es la felicidad, pero acerca a ella un poco más.
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¡QUEJAS!

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