Decíamos en una entrada anterior que nos parece que vivimos poco tiempo de vida
porque no sabemos utilizarla. Y así el tiempo se nos escapa, porque es fugaz y se mueve mucho más rápido de lo que creemos. Séneca decía:
“Hace un momento que comencé a abogar en los tribunales”
“Hace un momento que perdí las ganas de suplicar”
“Hace un momento que perdí la habilidad”
“El paso del tiempo es infinitamente rápido”
Aprender a participar en la fiesta de la vida, en lugar de dejarla pasar,
es condición indispensable para vivir una buena vida. Y no es algo
difícil, ni imposible. Los estoicos nos dejaron algunas estrategias
específicas:
Deja de perder el tiempo. Nunca tenemos suficiente. Lo que no
significa que no debamos tener nuestros ratos de asueto y pérdida deliberada
del tiempo. De lo que se trata es de ser conscientes de que la oferta del
tiempo no es ilimitada, y por tanto, hay que aprender a no perder el tiempo
de forma involuntaria; esto es, al mero requerimiento de los demás.
Ten visión coherente. Cuando no tenemos una dirección clara de hacia
dónde queremos ir, lo más probable es que nos quedemos donde estamos. Hay
que distinguir, en todo momento, lo que es superfluo de lo principal. Cuando
tenemos una visión coherente, sabemos qué debemos hacer con nuestro tiempo.
Evita las actividades inútiles. La actividad por la actividad es
destructiva, demuestra que tu mente está inquieta e incómoda. Pero una mente
agitada no es lo mismo que una mente activa. Debemos enfocar nuestras
actividades en consonancia con nuestra visión, no realizar actividades tan
solo para mantenernos ocupados.
Céntrate solo en lo que tienes que hacer hoy. Es decir, no te
preocupes por el futuro. Si te preocupas por el hoy, el mañana se cuidará
solo.
Aprende a ser flexible. Los planes no deben ser rígidos. Hay que
saber ser lo suficientemente flexibles para cambiar si las cosas cambian o
nos equivocamos al principio. Pero eso no significa que debamos cambiar de
opinión porque somos inestables y/o inconstantes.
No parecen estrategias muy difíciles de seguir. Pero, sin embargo, tampoco
son fáciles: el trepidante ritmo de la vida actual con su individualidad
perniciosa, no propicia, precisamente, el cumplimiento de estas estrategias
de calma y aprendizaje del disfrute de la vida.
Y es que, en realidad, el equilibrio personal —la virtud, la llamaban los
estoicos—, es el mayor bien; el único bien. Y todo lo demás, a la larga o a
la corta, resulta indiferente. La persona equilibrada sabe utilizar y
aprovechar adecuadamente aquellas cosas como la salud, la educación, las
riquezas y el honor. Pero, sobre todo, sabe obrar conforme a las leyes de la
naturaleza, aplicando la razón con una visión de vida en sociedad; es decir,
sabiendo usar su meditado equilibrio en el objetivo de propiciar alcanzar
una sociedad y un modo de vida personal mucho mejor.
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