Existe una creciente tendencia social a sublimar el ejercicio de las prácticas
espirituales de la mente y el cuerpo, como el yoga, la meditación, la curación
energética… Se supone que ayudan a calmar el ego, a controlar nuestro yo
exaltado.
Y no puede negarse, que bien practicadas, con tiempo y constancia, ayudan a
comprender y a estar más en contacto con la realidad del aquí y ahora. También
pueden ayudar al arte de cultivar la compasión, la preocupación y la
consideración hacia los demás. Lo que ocurre, es que es mucho más fácil
decirlo que hacerlo. Porque el ego tiene una necesidad constante de ser visto
desde una perspectiva positiva; por ello es capaz de utilizar y convertir
cualquier cosa para su propio uso, inclusive la espiritualidad.
Los budistas tibetanos advierten que caminar el sendero espiritual
correctamente es un proceso muy sutil al que no se puede saltar ingenuamente,
porque existen demasiados desvíos que conducen a una visión de la
espiritualidad distorsionada; una mirada que tan solo se centra en el ego. Lo
que lleva, en no pocas ocasiones, a engañarnos pensando que estamos
fortaleciendo nuestra espiritualidad, evolucionando y creciendo, cuando en
realidad lo único que crece es nuestro propio ego, como si fuera una especie
de síndrome que puede autoconvencernos de que “yo estoy iluminado; tú, no”.
Se han llevado a cabo importantes estudios científicos —sobre todo en Estados
Unidos— para intentar evaluar y constatar la sublimación de esa supuesta
“superioridad espiritual”. Y aunque no viene al caso describir los distintos y
complejos experimentos realizados para ello; lo que si procede es comentar los
resultados: la mayoría de las personas que realizan algún tipo de práctica
espiritual, lo que obtienen es un aumento conceptual de su propia autoestima,
y un narcisismo comunitario —de grupo— que, junto con la autoestima,
desarrolla una especie de narcisismo espiritual.
En resumen, concluyeron estas investigaciones, el camino hacia la iluminación
espiritual puede producir importantes distorsiones, como superioridad
ilusoria, mentalidad cerrada, y una necesidad de aferrarse a experiencias
positivas bajo el disfraz de supuestos valores “superiores”.
Ello no significa que no resulte positiva la práctica de técnicas que busquen
aquietar el ego; pero lo primero que deberíamos entender es que resulta
increíblemente difícil hacerlo. Por eso la “venta” de estas prácticas
espirituales —yoga, meditación plena, etc.— a las grandes masas, no son,
generalmente, otra cosa que enormes negocios que mueven ingentes cantidades de
dinero.
Porque la realidad es que la búsqueda personal de una “trascendencia”
saludable implica aceptar la realidad tal y como es. No se trata de dejar
atrás parte de lo que somos o fuimos, o de lo que son los demás, para
“elevarse” por encima del resto de la humanidad. No se trata de estar fuera de
todo; de sentirse superior a todo, sino de saberte integrado en ese conjunto
armónico de la sociedad humana: realizar la mejor versión de uno mismo para
ayudar o elevar el listón de toda la humanidad.
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