Cuando leemos filosofía estoica, lo primero con lo que nos encontramos es con
lo que ellos denominan Dicotomía del control; un postulado que a menudo
suele representarse de la siguiente manera:
• Todo es algo que controlamos o no controlamos.
• Controlamos nuestras emociones, comportamientos, y nuestras reacciones ante
las distintas situaciones.
• No controlamos nada más.
• Si deseamos ser felices debemos centrarnos en las cosas que controlamos.
El aspecto tan atractivo de esta representación radica en su aplicabilidad
inmediata. Es una especie de “truco de vida”. No se necesita saber nada más
sobre estoicismo para encontrar la utilidad de este concepto frente a las
dificultades de la vida.
Pero basta profundizar un poco para entender que las cosas no son así de
fáciles. Porque la traducción correcta del griego original, lo que viene a
decir, es que algunas cosas dependen de nosotros, o son causadas por nosotros;
y otras cosas no. Es decir, los estoicos no mencionaban para nada el control.
Y esto significa que estaban preocupados por las causas, más que por el
concepto de “controlar” las cosas.
Digamos, por ejemplo, que alguien nos ofende gravemente hasta conducirnos a un
estado de ira. La pregunta relevante sería ¿Qué causo la ira? Una
interpretación superficial de la disciplina estoica determinaría que la ira
parte de uno mismo, de las creencias e interpretaciones propias sobre la
situación que la causaría. De modo que, como uno mismo es responsable de su
enojo, es su trabajo arreglarlo o resolverlo. Pero, por otro lado, nos
podríamos preguntar, ¿Acaso el comentario cruel que causó la ira no surgió de
otra persona? Entonces no es algo que dependa de uno. Surgió del carácter del
otro. Por tanto ¿No sería responsable esa otra persona de cambiarlo?
Y es, en ésta forma de interrogarnos, en la que surge la dificultad de la
profundización estoica, porque ya no estamos ante una dicotomía del control,
sino ante una dicotomía de causa o dependencia. Soy responsable; por tanto,
debo centrarme en las cosas que dependen de mí: mis decisiones, mi carácter,
mis creencias. Estas son las cosas que importan, las que determinan si soy una
buena o mala persona; si vivo una vida feliz o infeliz. No debemos pensar que
mi felicidad o valor vienen determinadas por las cosas que no dependen de
nosotros. Luego, en realidad, el control no tiene nada que ver con este
postulado estoico.
Los estoicos no piensan que si alguien tiene una adicción o es ignorante en
algo; o, por ejemplo, tiene tendencia a enojarse mucho ante la menor
provocación, pueda simplemente decidir no ser así. No creen que se tenga un
control sobre estos aspectos arraigados en el carácter, si eso viene a
significar que se puede elegir ser inmediatamente diferente. Sencillamente
porque no se pueden cambiar los hábitos inmediatamente, ni la manera
subconsciente de pensar, ni la disposición a responder de cierta manera ante
el trauma y el estrés. Ningún estoico sostendría que podemos controlar o
pretender convertirnos en personas diferentes y mejores sin años de arduo
trabajo.
Lo que sí creen los estoicos es que somos responsables de las partes
indeseables de nuestro carácter. Y que esas partes de nuestro carácter
dependen de nosotros. No tenemos el control total sobre nuestro
comportamiento. Eso requiere trabajo, tiempo y práctica. Pero sí hay muchas
cosas que dependen de nosotros.
Puede que todavía no hayamos alcanzado un gran “control” sobre nuestro
temperamento, pero el enojo que dimane de él, depende de nosotros, es algo
interno. Y eso sí que podemos manejarlo a través de nuestro propio esfuerzo de
control. Y estos son los postulados que el moderno estoicismo nos viene a
facilitar con el fin de conseguir que vivamos una vida mejor.
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