Amanece uno de esos días en los que todo me parece gris, y no sé por qué. Son días tristes en los que la vida parece carecer de sentido. Miro a través de la ventana este nuevo día. Está algo menos oscuro y lluvioso que el de ayer. Y me paro a pensar que la vida es así, que siempre, tras la tempestad renace la calma, y luego los días resurgen radiantes de sol. Y sin embargo, hoy es gris. Y me pregunto ¿Por qué?
Contemplo mi propia mesa de trabajo. Destacando sobre ella, las fotografías de mi mujer y mis hijos; también la de mi primera nieta con su sonrisa angelical. Y la ternura y la congoja me invade trasladando un fuerte nudo a mi garganta ¡Me falta el aire que respiro! ¡Esta maldita ansiedad!
Se esparcen los libros sobre la mesa. Son mis herramientas de trabajo. También las del ocio y asueto. En este momento tengo siete volúmenes a mi alrededor. Eso sin incluir los diccionarios, sinónimos y antónimos, y una ortografía de la RAE. Pero de todos ellos —dos son de mis propias obras—, solo hay uno que pueda considerarse auténtica literatura. Se trata de una novela que estoy releyendo por tercera vez: El gatopardo, la única que escribió el príncipe Giuseppe Tomasi de Lampedusa, una obra genial de las que todavía no hay crítico que deje de preguntarse ¿Cómo? ¿Cómo fue posible tal genialidad? Y me digo a mí mismo que la respuesta es sencilla. Se llama: talento. Y eso me entristece aún más porque ahonda el abismo en mi interior de saberme carente de esos dones: ni talento, ni imaginación.
Dicen los expertos en creación literaria que el escritor no nace, se hace. Con voluntad, trabajo, esfuerzo y tesón. Y yo no soy quien para discrepar de tan sesudos profesionales. Pero, sí creo, que lo que se logra así es tan solo, escribir, transmitir conocimiento en algunos casos, pero nunca se logrará una obra genial.
Apuntan unos primeros rayos de sol que hacen reverberar las húmedas y blancas fachadas frente a mí. Y me pregunto qué hago escribiendo esto, con qué objeto ¿Acaso busco compadecerme?
Mi hijo, Carlos, escribe unas poesías preciosas. Tiene una enorme facilidad para ello. Puede expresar en breves minutos aquello que siente, porque tiene verdadero talento. A mí me gustaría poderlo hacer también. Pero, no, sencillamente no sé. Lo que sí sé es apreciar lo mucho que tengo. Y lo mucho que tengo acaba de aparecer dando pasos tambaleantes, extendidos sus brazos, y diciéndome ¡Abu! ¡Abu! Y respiro profundamente a pesar de saber que mis pulmones no se llenaran ¡Maldita ansiedad!
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por comentar...