De vez en cuando, aunque de tarde en tarde, me gusta recorrer los anaqueles de mi biblioteca en busca de alguno de aquellos textos que hace años leí, y que dejaron en mí una honda impresión; lo fuera por su temática, por su calidad o ambas cosas a la vez.
Y en esta ocasión sabía muy bien la obra que deseaba volver a leer —creo que por tercera vez—: se trataba de El gatopardo, de Giuseppe Tomasi di Lampedusa; la única novela que el escritor escribió, pero que todavía no hay crítico que se acerque a ella que no termine por preguntarse cómo fue posible tal genialidad.
Porque El gatopardo es una de esos libros geniales que aparecen de cuando en cuando, para deslumbrar a lectores y ensombrecer todo su alrededor al destacar, por comparación, la modestia o mediocridad de lo publicado. Es, por tanto, una obra ineludible de leer.
Se trata de una novela del género histórico que centra su tiempo en la Italia de Mazzini y Garibaldi, concretamente en el momento del desembarco de los “camisas rojas” en Sicilia, durante las luchas por la unificación de los estados italianos.
Hay que decir que el príncipe Giuseppe Tomasi di Lampedusa era un hombre anacrónico, incapaz de comprender el nuevo mundo político en que vivía, pero que todavía, a la altura de 1954, presentaba el aspecto de un caballero alto, corpulento, taciturno, de pálido rostro y ademanes desfasados, como si fuera un general de la I Guerra Mundial perdido y aislado por su pase a la reserva. Por entonces frisaba los sesenta años.
A estas alturas de su vida, el príncipe de Lampedusa era un auténtico desconocido en los ambientes literarios, poco menos que un intruso en un mundo que no le correspondía. Pero todo cambiaría cinco años después, cuando el editor, Giorgio Bassani, recibió desde Roma un manuscrito mecanografiado, sin firma, al que nada más echarle el primer vistazo supo que se encontraba ante una obra deslumbrante; la obra de un auténtico escritor.
Bassani, telefoneó a Palermo, y así supo que el autor de la novela era Giuseppe Tomasi, duque de Palma y príncipe de Lampedusa. Desgraciadamente, para entonces, el príncipe había fallecido en Roma el año anterior. Pese a todo, Bassani, viajó a Palermo, donde la esposa del escritor le facilitó el manuscrito original, un grueso cuaderno rayado lleno, casi enteramente, con la pequeña caligrafía del autor. Por ella conoció que El gatopardo había sido escrito entre los años 55 y 56, que el príncipe lo había escrito en pocos meses, y que nada más acabarlo le sorprendió la enfermedad que acabaría con él.
Indudablemente, el príncipe de Lampedusa fue un hombre de gran cultura, conocía a fondo, en su idioma original, las principales literaturas. Realizó frecuentes y largos viajes al extranjero, y en sus últimos años reunió en torno suyo a un grupo de jóvenes talentos a los que enseñó.
La novela se centra en torno a un personaje, el príncipe Fabrizio Salina, su bisabuelo paterno. Pero a través del mismo, el autor realiza un autorretrato de sí mismo y de sus pensamientos sobre el devenir histórico: “Es necesario que todo cambie, para que todo siga igual” —pone en boca de Tancredo, el sobrino díscolo del aristócrata.
La novela transmite una moral y una visión histórica de un modelo de sociedad anacrónico. Bajo la revolución, Giuseppe Tomasi, solo encontrará burda ambición y deseos de sustitución: los burgueses sustituirán a los aristócratas, y los borbones cederán el poder a los garibaldinos. Pero bajo esos cambios, la sociedad pervivirá idéntica a sí misma, con su división entre ricos y pobres, fuertes y débiles, amos y siervos…
El gatopardo, por tanto, no es solo una obra histórica, es también una obra literaria maestra. Por eso hay que acercarse a ella sin prisas, con el deseo de disfrutar esas letras lentas y barrocas. Es literatura propia del romanticismo del XIX, pese a que fue escrita pasada la mitad del siglo XX, porque quizá su autor vivía anclado en los valores de dicho siglo anterior. Muy alejada, por tanto, de los principios y gustos actuales. Por eso, salvo al lector predispuesto, la obra podría defraudar.
Pese a todo ello, la recomiendo vivamente, porque es una joya literaria difícil de emular.
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