El complejo lagunar de Pedro Muñoz es de los más importantes dentro de los que componen los humedales de Ciudad Real. Está formado por la laguna del Alcahozo, situada a unos cinco kilómetros al sureste del pueblo, ya junto a la divisoria de Cuenca; la laguna de Retamar, a algo más de dos kilómetros al nordeste, y la laguna de la Vega, más conocida por el sinónimo de laguna del Pueblo. Pero sin lugar a dudas, de todas ellas, la más conocida y popular, es la del Pueblo, quizá por su inmediatez al núcleo poblacional; tanto, que casi se puede decir que podría considerarse como un “barrio” más del municipio en cuestión.
Y esa circunstancia, precisamente, a lo largo de muchos años, fue la que propició que prácticamente se convirtiera en una especie de vertedero-escombrera, donde iban a parar gran parte de los residuos que desechaba la población. A ello se añadió el vertido de las aguas fecales; y la laguna de la Vega se convirtió, durante mucho tiempo, en un sitio maldito del que, salvo malos olores y mosquitos, poco más se podía esperar. Es decir, le ocurrió lo mismo que a la mayoría de los humedales manchegos, que las poblaciones le volvieron la espalda por su “nulo” valor y porque en realidad de ellos ya solo obtenían incomodidades, malos olores y enfermedades —el paludismo ha sido endémico en la Mancha—, cuando no inundaciones y catástrofes, cada vez que se desbordaban en los años de especial pluviometría, que solía ser una vez cada cuatro o cinco años. Claro, que esto era cuando todavía nadie hablaba ni sabía nada de lo que iba a suponer, años después, lo que ahora llamamos cambio climático, porque para que se desbordara alguna laguna en la actualidad tendría que ocurrir casi un milagro ¡Tan secas están!
Aquellos eran los años en los que de los pueblos se iba todo el mundo. Aún recuerdo aquellas imágenes que veíamos en el NO-DO, el noticiero oficial que teníamos que soportar antes de cada película, como si fuera un peaje servil más de aquel ilegítimo régimen. Centenares, miles de personas bajando de los trenes en las estaciones de Madrid y Barcelona; mal vestidos, con toda la casa a cuestas en cuatro maletas de cartón atadas con cuerdas, familias que arrastraban sus proles tras unas caras mezcla de miedo y desesperación, porque ya ni fuerzas para odiar les quedaban. Más de cuarenta mil españoles se desplazaban cada mes por el solar nacional en búsqueda de otros lugares donde comenzar de nuevo teniendo alguna posibilidad.
Y no quedaríamos nosotros indemnes de aquel éxodo. Pronto la pandilla vio como sus miembros tenían que emigrar, arrastrados por sus padres; los unos a Madrid, los otros al Levante… Y para los pocos que nos pudimos quedar, el pueblo se volvió más vacío y solitario, nuestro pecho desgarrado por aquellas separaciones que no entendíamos.
La laguna de la Vega —laguna del Pueblo— es una laguna esteparia; es decir, situada en terreno vasto de gran horizontalidad, con suelos pobres y salinos, clima continental extremo, y sometida a un grave estrés estacional. Endorreica, ya que no evacua sus aguas, permanente e hipersalina. Tiene una superficie de cincuenta y cuatro hectáreas —es la más pequeña del complejo lagunar— siendo su longitud máxima de mil trescientos metros, y su anchura de unos seiscientos. Actualmente utiliza el agua de la depuradora de la población para mantener su llenado. Los terrenos son públicos, propiedad de la Junta de Comunidades de Castilla La Mancha. Cuenta con diversas figuras oficiales de protección, un centro de interpretación, dos observatorios de aves y paneles interpretativos. Lo que parece indicar que se ha mejorado bastante la situación desde aquel invierno de 1985 en el que, María Antonia Monsalve y Joaquín Álvaro, denunciaran en la revista Quercus su patética situación. Más en concreto, que la laguna de la Vega era un lugar nauseabundo rechazado con asco por toda la población, pero que, aun así, su importancia era tal que permitía mantener una riquísima y abigarrada fauna.
En la actualidad, salvo un ligero lavado de cara realizado con un importante dispendio de dinero público, lo cierto es que sus aguas continúan estando eutrofizadas de forma permanente, al nutrirse de los efluentes de la depuradora local, su régimen hídrico se encuentra totalmente transformado, la cubeta modificada por los residuos urbanos que durante décadas se vertieron allí; está vallada, y sigue soportando muy importantes impactos derivados del pastoreo, la caza, el uso recreativo y la mala conservación. Por no incidir en esa especie de mausoleo infrautilizado e inútil, que es el centro de interpretación.
En definitiva, el complejo lagunar de Pedro Muñoz es otra muestra más del abandono y menosprecio en que los manchegos seguimos teniendo a nuestros humedales. Y es que para conservar algo, primero hay que amarlo; y para amar las cosas, hay que conocer y saber. Pero nada más lejos de la realidad, porque si la educación ambiental, en general, es algo prácticamente inexistente, en la Mancha, es una quimera imposible de alcanzar. Y claro ¡Así nos va!
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