Dice mi buen amigo Cairo Antelo, que no saber no es ninguna vergüenza, pero no querer saber es un atentado a la inteligencia, porque hasta lo seres más elementales aprenden.
De estas máximas del filósofo-poeta y amigo, deduzco: primero; que no solo nunca es tarde para aprender, sino que además se aprende durante toda la vida. Segundo; que cuando aprendes, comienzas a desprenderte de esos sacos de arena (prejuicios) que solemos llevar como mochilas durante demasiado tiempo. Entre ellos el de la soberbia, porque uno deja de considerarse superior a cualquiera al comprender que no lo sabe todo, que es mucha la ignorancia que mantiene. Y por eso mismo, al dejar de compararnos con los demás, empezamos a ser nosotros mismos, somos capaces de alejar la envidia, y podemos despreocuparnos de odios y rechazos.
Invierno en la Mancha |
Y estas son las convicciones que me animan a seguir escribiendo estos breves post, apenas meros remedos de filosofía. Porque, aunque hunden sus principios en los fundamentos filosóficos clásicos y tradicionales, jamás me permitiría la soberbia de considerarlos filosofía; si acaso reflexiones; meras reflexiones de alguien al que le gusta pensar qué y cómo hacer para vivir mejor, pero, sobre todo, lo que más me gusta es poder compartir este tipo de reflexión.
Ya he reiterado en repetidas ocasiones que me gusta mucho el pensamiento estoico; al igual que también me encanta la filosofía ecológica de la escuela de Thoreau. Así que mis reflexiones sobre sus enseñanzas las diversifico en mis dos blogs: www.momentosparadiscrepar.es; enfocado más en la literatura y el pensamiento social; y aeda23.es; dedicado exclusivamente al pensamiento ecológico y a la práctica del medioambientalismo.
Y hoy vamos a hablar de filosofía social, de un tipo de pensamiento capaz de hacernos sentir mejor, incluso ser mejores en algún momento y ocasión. Aunque a diferencia de otras entradas anteriores, en esta ocasión trataremos de presentar algunos de los principios clásicos en un lenguaje moderno; quiero decir, adaptados y traspuestos al momento actual.
Por ejemplo, los bienes externos; es decir, aquellos que nos llegan y/o alcanzamos, pero sobre los cuáles no tenemos un control. Los clásicos pensaban que debían ser despreciados, pero no tiene por qué ser así. Se trata, tan solo, de saberlos poseer y no dejar nunca que ellos te posean a ti. Igual que algún día llegaron, puede suceder que otro día se vayan. La cuestión estriba en saber disfrutarlos mientras están en nuestro poder.
Tampoco hay por qué aceptar con indiferencia la enfermedad y la muerte, como proponía Epícteto. El destino debe ser aceptado tal y como venga, pero no se puede esperar que lo hagamos sin dolor y rabia ¿Por qué a nosotros? —es la pregunta que nos solemos hacer—. Lo que sí debemos conseguir es aceptar las cosas que vengan con dignidad; sufrirlas con equidad, y levantarnos si es que no podemos evitar caer.
Las costumbres no son inmutables, ni tampoco universales. Los estoicos, en su época, lógicamente eran gente de su tiempo. No consideraban a la mujer como ser libre e independiente. Tampoco conocían un concepto de justicia a nivel social. Por tanto, el pensamiento estoico actual, ha de adaptar sus principios considerando sus normas una filosofía viva, evolutiva, ética y práctica. De modo, que los interesados en conocer este tipo de pensamiento no podrán conformarse con leer a los clásicos; sino que deberán leer mucho más a los modernos.
Y, por último, una recomendación para practicar durante éste próximo año: comiencen a escribir un diario. Porque es el momento de descubrir que con esta práctica seremos capaces de ejercitar una momentánea retirada del mundo para hacer pequeñas pausas de reflexión. Escribiendo para nosotros, podremos repetir las verdades por las que queremos regir nuestras vidas y recordarlas continuamente. Eso nos ayudará a separar nuestros propios juicios de los elementos de la realidad, y descubrir como reaccionamos ante ellos. Y eso, les aseguro, es una magnífica forma de empezar a filosofar.
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