Muchas veces siento la horrible sensación de no saber sobre qué escribir. Y digo horrible, porque en mi vida el hacer literario ocupa un lugar esencial, y su falta o carencia me produce una desazón y una intranquilidad muy difícil de soportar. Por eso cuando los temas se agotan, cuando siento que lo que escribo ya no está alcanzando el nivel de mi autoexigencia, que los textos resultantes son de una mediocridad indudable según mi propio baremo o listón, entiendo que es el momento de detenerme, de parar para dejar que el tiempo pose mis pensamientos y me permita encontrar aquella idea fértil que luego habrá de desembocar en un nuevo trabajo que realizar. Pero ¿mientras tanto, qué? ¿Qué hacer cuando lo que uno desea hacer —que no es otra cosa que escribir— no puede realizarlo siquiera temporalmente por pura y mera falta de inspiración.
Lagunas de Alcázar: Veguilla |
Recurro entonces al ejercicio y al caminar. Vuelvo a esos caminos que tantas veces he recorrido, y dedico el tiempo a pensar. Y reconozco que son infinitas las cosas que pasan por mi cabeza...
Decía don Rafael Mazuecos en alguna de aquellas apostillas que él gustaba hacer, que la soledad matinal siempre impone cuando se la escucha, que resulta siempre triste para el enfermo y desesperante para el solitario ocioso, que todo lo que tiene de grata y creadora para la persona ocupada, tiene de triste y deprimente para el que percibe los pequeños ruidos de las cosas que el silencio acrecienta.
Pues así me siento yo durante esos días en que mi solitario espíritu creador parece alejarse de mí. Y entonces se vuelve triste el andar por estos caminos que tanto amo; caminos, empero, que ahora se me antojan llenos de soledad.
Pienso mucho. Y son muchas las cosas que pasan por mi mente durante ese tiempo. Pero casi siempre lo hacen como en una clave de reproche que nunca llego a despejar.
Dicen que ningún esfuerzo se pierde, que el trabajo realizado con entusiasmo y recta intención da su fruto siempre. Como el del sembrador que arroja los granos a puñados sobre la tierra, de igual manera el trabajador intelectual debe arrojar sus ideas al aire como simientes que con el tiempo germinen y florezcan sacudiendo la tierra espesa de la indiferencia. Y este razonamiento que yo recuerdo haber leído en alguna parte se me antoja como fútil e incierto, porque llevo toda mi vida esparciendo ideas al viento. Y estas, como semillas hueras, nunca germinaron quizá porque nunca cayeron en terreno abonado. O quizá porque eran semillas que nadie había pedido plantar ¡No sé!
Pero me pregunto una y otra vez el porqué lo sigo intentando ¿Por qué, por qué lo hago? Y no me acierto a responder.
Me detengo en seco sobre el terreno, como un nudo oprimiendo mi pecho. Miro a mi alrededor; a la derecha un cuidado olivar — la sierra al fondo— parece escucharme sereno con sus viejos árboles a tres pies y el labrado terreno poblado de los restos pétreos que la montaña y el tiempo arrojó: azul el cielo; sonoro el silencio, ese pánfilo silencio que se niega a responderme ¿Por qué?
Me detengo en seco sobre el terreno, como un nudo oprimiendo mi pecho. Miro a mi alrededor; a la derecha un cuidado olivar — la sierra al fondo— parece escucharme sereno con sus viejos árboles a tres pies y el labrado terreno poblado de los restos pétreos que la montaña y el tiempo arrojó: azul el cielo; sonoro el silencio, ese pánfilo silencio que se niega a responderme ¿Por qué?
Camino de Herencia-Puerto Lápice |
Y me sobreviene la decepción, ese sentimiento que estimo desechado pero que sin embargo, como alimaña en su guarida, permanece agazapado en lo más hondo del corazón para arrojarse sobre uno en esos momentos en que te supone presa fácil.
Pienso en la amistad. Para mí un sentimiento tan perenne y recurrente que no lo logro apartar ¿Por qué siempre los amigos nos han de defraudar? Y por consiguiente, por qué nosotros siempre hemos de defraudar a nuestros amigos ¿Acaso es imposible la amistad?
Reconozco que he dedicado horas y días a meditar y a pensar en esta cuestión. Porque un ser sin amigos es siempre víctima de la soledad. Y puede la soledad, esa que describía don Rafael Mazuecos, esa que siempre es desesperante para el ser solitario ¿puede esa soledad ser amiga en algún momento?
He reflexionado en otras ocasiones sobre la soledad. También sobre la amistad. Por eso vuelvo a releer esas páginas: "Escribo movido por una convicción fundamental. Creo que la pérdida de valores y el individualismo imperante está forjando personas tan parcas en dar como afanosas en recibir. Del otro lo queremos todo: su aliento y compañía en los momentos difíciles, su respeto y admiración… En cambio qué poco sabemos dar, cuan difícil nos resulta alegrarnos sinceramente del bien del amigo, por no decir del bien general".
De modo, creo, que solo hay una forma para lograr conservar una amistad: preocuparnos sinceramente por el amigo y hacerlo sin esperar nada a cambio. Pero… ¿es esto posible? Se puede realmente no esperar nada de aquel al que ayudas, al que respetas, al que estimas como amigo… Pues esa es la cuestión; porque si esperas recibir, resulta imposible y frustrante la amistad. Al menos eso pienso hoy, mientras cavilo andando por estos caminos de Dios… Será cosa de la soledad…
Alcázar: camino de las Lagunas |
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