Soy lector empedernido, aunque eso ya creo haberlo dicho antes en alguna otra colaboración. Pero por eso mismo, cualquier texto que llegue a mis manos cuyo contenido se refiera o aluda a la lectura, lo acojo con verdaderas ganas y un íntimo placer.
La rebeldía de leer |
Bien, pues lo que me ha venido a ocurrir con una de las últimas lecturas a la que he podido acceder con relación a éste asunto, ha sido encontrarme con un enfoque sobre el acto de la lectura que no solo me resultó curioso en su momento, sino que hasta me llegó a sorprender; especialmente por lo que de novedoso resultaba, pues venía a incidir en la idea de que el acto de leer lleva implícito un acto de rebeldía social que configura en sí mismo casi un acto subversivo contra el que tradicionalmente ha actuado siempre el poder.
Y basaba su análisis el articulista en la idea de que el buen lector a menudo es, como poco, intelectualmente inquieto, aunque su actitud pueda ser dócil o no, que eso ya es otra cuestión. Y que en esa búsqueda que decide tener, encuentra en las lecturas aquellas ideas que, expresadas por escrito, convienen en dar vida a todo tipo de movimientos de rebeldía provocados por las más diversas situaciones de injusticia y de opresión. Porque al fin ha sido la literatura la que nos ha dejado estos testimonios a lo largo de los tiempos.
Y vistas así las cosas —mirada que debo reconocer, yo nunca había alcanzado a tener— no estoy muy seguro de que las cosas sean así: lo que sí creo, en cambio, y con firmeza, es que la lectura, ni amansa, ni evade, ni siquiera redime; como mucho eleva a la larga, pero eso sí, cuando lo hace, eleva por encima de aquella muchedumbre que tiene a gala no leer.
Lo cierto es que cada persona tiene formada una idea de lo que le suscita el acto lector. En mi caso concreto, lo afronto como fuente de esparcimiento y placer, primeramente; después, según se trate, también como fuente de conocimiento.
Sin embargo hay pensadores que van más allá; que piensan que la auténtica lectura de un libro constituye en realidad un diálogo íntimo que desencadena en el lector una reacción, sea ésta cual sea: ira, admiración, acuerdo, desacuerdo…
Pero es que en el momento actual, el modo de leer, que es lo mismo que decir, el modo en que nos acercamos a los libros, ha cambiado mucho, casi siempre mediatizado por algún elemento externo perturbador: ruido, música, interrupciones por las llamadas del móvil; en realidad todo ello ha logrado que para muchas personas el acto de leer haya dejado de ser un placer, para pasar a constituir una dificultad que antes o después suele acabar con la retirada del lector.
De este modo, hablar de lo que acontece tras una buena lectura, entendiendo por esta, aquella que se realiza en soledad, conscientes de dedicar ese tiempo al pleno afán de leer, es ya casi un auténtico ejercicio retórico, porque en realidad, de éste modo, pocos son los que aún leen… aunque siempre quedarán algunos auténticos y buenos lectores: como especímenes raros en este zoo del nuevo modelo social.
Thoreau decía que leer bien, es decir, leer buenos libros con verdadero espíritu, suponía un noble ejercicio que imponía un mayor esfuerzo al lector de lo que la gente creía. Requería adiestramiento, además de una firme resolución casi de por vida, ya que los libros debían ser leídos con la misma intención y reserva con que fueron escritos. Porque para el filósofo, los libros eran la auténtica riqueza que atesoraba el mundo.
Sin embargo hoy, en esta sociedad en la que todos sus miembros han aprendido a leer y a escribir de forma utilitaria y mecánica, pocos son los que saben y entienden de la lectura como ejercicio noble y espiritual. Y es en éste, en el único sentido en el que puedo compartir la idea de que el acto de leer se constituye en realidad como un acto de subversión y de rebeldía social. Lo será cuando se lee bien. Porque en la mayoría de los casos, la lectura actual no constituye sino un mero entretenimiento, constantemente interrumpido además, del que apenas se llega a disfrutar ¡Pero qué decadente y banal se ha vuelto ésta moderna sociedad!; siempre inmersa en la "nube" de las App, del Facebook, del WhatsApp y del Instagram… ¡Menudo modelo cultural!
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