LA EXPERIENCIA DEL TERROR - Momentos para discrepar

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jueves, 25 de abril de 2019

LA EXPERIENCIA DEL TERROR

Muchas veces me asombra —otras incluso me asusta— ver y sentir con cuanta ligereza llega a tratarse el hecho independentista en este país. Y por supuesto; claro que sí, estoy refiriéndome muy en concreto al actual problema catalán, ese que tiene en jaque no solo al Estado, sino a una gran parte de la sociedad.
NACIONALISMOS: LA EXPERIENCIA DEL TERROR
La experiencia del terror
Porque me asombra que en esta cuestión se pueda soslayar y dejar de lado toda la experiencia terrorista y política que desgraciadamente España ha vivido durante más de medio siglo en el País Vasco, con su organización terrorista ETA y su movimiento independentista detrás.
Porque fueron los primeros gobiernos de la Transición los más sorprendidos al comprobar cómo el proceso democrático no había acabado con el terrorismo, sino que éste se enardeció mostrando una realidad que antes no se había querido considerar: que ETA no era solo una organización de oposición al franquismo, sino un grupo radical y extremo cuyo fin último era alcanzar la independencia de Euskadi por los medios que fuera sin excluir en absoluto la violencia, la extorsión y la intención de matar.
A finales de los años 70, España, la España democrática recién surgida de las urnas, y por ende su Gobierno, tuvo que enfrentarse a este problema. Y tuvo que hacerlo tanto desde el ámbito político como desde el policial.
No cabe duda de que la remodelación, tecnificación y colaboración conjunta de los diferentes cuerpos policiales y de información, lograron al cabo de dos décadas poner a la organización terrorista al punto del colapso y en condiciones casi imposibles de poderse recuperar. Y eso cambió la estrategia de terroristas e independentistas en dirección a la vía política como única opción viable para poder continuar. Por detrás quedaban casi un millar de muertos; por delante un objetivo de paz.
Así que al final tuvo que ser la vía política la que decidió la cuestión: desde que se inició con la Ley de Amnistía de 1977, considerada en aquel momento por muchos políticos de la época como un auténtico indulto; tanto que hizo que los ministros de UCD tuvieran que soportar ser acusados de todo tipo de connivencias con ETA y de traición: "Un paso necesario para la reconciliación y la democracia" —afirmarían algunos de ellos—; un peaje que tuvieron que pagar, al igual que tuvieron que pagarlo muchos familiares de los asesinados que quedaron sin ni siquiera poder saber quiénes fueron los responsables de la muerte de sus seres más queridos.
En Euskadi, pues, al final ha sido la vía política la que ha debido afrontar el proceso tras la supuesta, o al menos incompleta, victoria policial sobre el terrorismo etarra. Y afrontar el proceso independentista tras décadas de violencia y muerte ha implicado muchas renuncias y peajes que pagar: tanto institucionales, como sociales.
Volver al mecanismo democrático del diálogo a través de los parlamentos representativos (nacional y autonómico) no ha sido cuestión fácil de asimilar; ni para unos, ni para otros. Pero ahí están los resultados: un País Vasco en paz, con un anclaje y statu quo constitucional que ha permitido satisfacer los posicionamientos de bandos enfrentados dentro del modelo actual de organización territorial del Estado español.
Y si eso lo ha logrado la política ¿cómo se puede negar este tipo de actuación para el problema catalán?
No puedo entender esas descalificaciones patrioteras y banales que califican de traidores, antipatriotas, afín a los independentistas, y no sé cuántas cosas más, a todo aquel político y/o ciudadano que abogue por el diálogo como forma adecuada para dar respuesta a un problema que existe, y que por tanto no podemos obviar. ¿Qué es lo que proponen a cambio? ¿Una actuación policial contra una parte importante de la sociedad catalana, hasta que surja en ella otra ETA que deje tras de sí un reguero similar de muertes y sangre? Y después qué, ¿recurrir a la política para resolver con diálogo lo que ahora califican de impresentable y traidor?
En fin, nefastos niñatos esos politiquillos de tres al cuarto ¡Más valiera que aprendieran un poco de historia, aunque solo fuera la de treinta años atrás! A lo mejor comprendían algo de lo que es y debe ser el sentido de la política de Estado y el bien del interés general.

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