FRAGMENTOS DE MI MOSAICO - Momentos para discrepar

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martes, 13 de octubre de 2020

FRAGMENTOS DE MI MOSAICO

 

A veces, escribir una reseña puede suponer mucho más que el mero hecho de expresar las impresiones que ha causado la lectura de determinada obra. Porque no son pocas las ocasiones en las que el reseñista, con el puro hacer de su trabajo, lo que pretende, sobre todo, es rendir admiración, agradecimiento o simpatía hacia el autor de la obra en cuestión. Y ello puede responder a múltiples motivos.
En el caso que me ocupa, sinceramente, ambas causas han coincidido: por un lado, no he querido dejar de pasar la oportunidad de comentar una obra tan singular como Fragmentos de mi mosaico; y por otro lado, también pretendo rendir un pequeño homenaje de agradecimiento, sobre todo a tan singular persona como es su autor, José Manuel Cairo Antelo.
Cachiños, esquirlas y teselas
 
Así que, el mejor modo de comenzar este trabajo, será informando al lector que yo conocí a José Manuel Cairo hace ya más de treinta años; que en ese tiempo apenas habremos compartido una veintena de días, y que, sin embargo y contra toda lógica, nuestra amistad ha perdurado a través del tiempo, aunque no sin altibajos, por supuesto; unos motivados por los prolongados periodos de incomunicación y ausencia; otros, quizá, por algún mal entendido.
Corrían los inicios de la década de los años noventa, y por entonces yo cursaba los últimos cursos de aquella tardía carrera que comenzara pasados mis treinta años. Iniciaba, también, por aquel entonces mis primeros y titubeantes pasos por lo que después constituiría mi obsesiva vocación: escribir. Y ello llegó de la mano de un singular problema ecológico que sufrimos en la Mancha —aún continúa hoy—: la sobreexplotación de los enormes acuíferos subterráneos y la práctica desaparición de todo el sistema ecológico tradicional: ríos, lagos, zonas húmedas; todo desapareció como por ensalmo, incluidas las famosísimas Tablas de Daimiel. De modo que me puse a escribir desaforadamente contra aquella catástrofe.
Al unísono enfermo de muchísima gravedad un familiar mío al que yo apreciaba y quería con especial intensidad. Salvó la vida in extremis, y corrí a visitarle a aquellas tierras gallegas donde vivía.
José Manuel Cairo era su vecino. También era médico, así que le brindó todo el apoyo que pudo pese a que no era especialista en su enfermedad. Y así fue como yo conocí al médico, al poeta, al pintor, al escritor, y luego al amigo.
Al año siguiente, superada la crisis, pudieron venir con la intención de que Cairo conociera una tierra del interior, dura y extraña, algo que sus ojos nunca antes vieron. Y yo le enseñé mi tierra con el enamoramiento y la pasión de quien lucha por conservarla, a pesar de conocer que ya todo era desesperanza. Nuestra amistad quedó sellada, como si de lazos de sangre se tratara, de la mano de una debacle ecológica y de una compartida ilusión: escribir literatura.
Luego llegó la proliferación de las redes sociales, y nuestros “perfiles” volvieron a encontrarse: algún “me gusta”, algún comentario, y poco más, salvo saber que habíamos vuelto a encontrarnos los dos.
La sorpresa llegó hace un par de meses. Una intempestiva llamada a la puerta de un servicio de mensajería, un paquete, y en su interior Fragmentos de mi mosaico, con una breve y entrañable dedicatoria; un abultadísimo ejemplar, dicho sea, en el mejor de los sentidos, de más de mil páginas ¡Mil páginas!, que me dejó casi sin respiración.
Lo ojeé de inmediato para llegar a comprender, en seguida, que no me encontraba ante la típica obra para leer del tirón; ni tan siquiera para leer a poquitos o a ratos sueltos. Porque lo que yo tenía en mis manos era nada menos que el compendio de todo el saber de un hombre especialmente culto, entregado y polifacético, un ser que ya ha superado miserias, filosofías, doctrinas, ideologías y visiones del mundo, para pasar a analizar la vida desde su propio corazón —un corazón enamorado, por cierto—, con la mesura, la razón y el sosiego que le han otorgado los muchos golpes de la vida ¿Un tesoro, en suma!
A Fragmentos de mi mosaico le busqué un sitio privilegiado en un anaquel de mi biblioteca, justo tras el sillón de mi escritorio. Me basta girar para encontrarlo allí, esperándome. Así que lo tomo en esos momentos especiales en los que mi alma busca consejo y sabiduría. Leo unas cuantas páginas, me paro, las saboreo, tomo notas, y me pregunto ¿Qué quiere decirme mi buen amigo Cairo Antelo?
En resumen, una obra cuyo éxito no se medirá por el número de ejemplares vendidos, sino por el efecto que cause en el espíritu del afortunado lector que pueda saborearlo. Una lectura, pues, que recomiendo con efusión.

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