Creo ser una de esas personas que podrían sentirse afortunadas cada día; y sin embargo raro es aquel en el que la zozobra íntima no anula o disminuye ese sentimiento, amargando o ensombreciendo el momento o el día.
Los estoicos trabajaron estas cuestiones utilizando su filosofía para tratar de encontrar soluciones de aplicación a nuestras vidas. Séneca en sus Cartas a Lucilio reflexionaba en que “muchas de las cosas nos atormentan más de lo que deben; otras antes de lo que deben, y la mayoría nos atormentan sin que deban de hacerlo en absoluto”. Porque en realidad todo lo que apreciamos o recibimos con falta de certeza, se entrega a conjeturas y al capricho de la imaginación. Si una desgracia no ha llegado, de nada sirve adelantarse saliéndole al encuentro. Se trata de ganar algo precioso en nuestra vida ¡Tiempo de felicidad!
Deberíamos hacer un análisis diario de aquellas cosas que más influyen en las zozobras nuestras de cada día ¿Qué tememos sobre todo? Tememos las enfermedades, la pobreza, el daño que puede sobrevenirnos de la acción de los demás. Y sin embargo, la mayoría de las cosas que nos preocupan son ajenas a nuestro control: no controlamos la enfermedad; ni nuestros avatares económicos; tampoco las intenciones de los ajenos, aunque los daños de estos últimos podemos mitigarlos con un poco de autocontrol e inteligencia. Es por eso que debemos esforzarnos en intentar no ofender a nadie, pues como decía Gracián, “bastante cosa es no tener como enemigos a los que tienen algún poder sobre nosotros”. Hay que saber evitar, pues, sus iras, porque nunca es una victoria la que se obtiene sobre el que ocupa una posición de rango superior, salvo para satisfacción momentánea del ego, algo que, tarde o temprano, pasará una importante factura personal. Así que de sabios es abstenerse de ofender a nadie. Y si no se hace por ética o virtud, habría que hacerlo, al menos, por puro interés. Con ello seremos capaces de eliminar, como de un plumazo, una de las cosas que más zozobra y temor suelen suscitar.
Nuestros deseos buscan siempre obtener aquello que deseamos; al igual que toda aversión o zozobra querría evitar lo que la causa. Pero si nuestros temores recaen sobre cosas que están en nuestro poder, no hay por qué sufrir las cosas que tememos. Si suprimimos lo que deseamos porque no está en nuestra mano, nuestras esperanzas nunca quedarán defraudadas. En cambio, aquellos deseos que dependen de nosotros, no debamos rehuirlos por nada; tan solo actuar con moderación, discreción y reserva.
Las cosas hay que aceptarlas como vienen y como son, nunca pedir que lleguen como deseamos, sino desearlas o admitirlas tal y como lleguen. Las cosas que amamos y tenemos hay que disfrutarlas mientras podamos usarlas, pero bueno sería considerarlas como un bien que algún día nos faltará; sea salud, amor, amistad o cualquier otra apreciada posesión. Con esta actitud, y con la convicción de que es preferible carecer de cosas, sin temores ni pesadumbres, que vivir en abundancia lleno de temor, estaremos recorriendo el camino que nos ayudará a comenzar a vivir sin esas zozobras y temores que tanto castigan hoy a una muchedumbre de personas que solo ansían vivir con paz y tranquilidad.
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