MORIR DE AZUL

 

A la lectura de un libro se puede llegar de varias maneras: por casualidad, por interés en un preciso título o en el propio autor; o por búsqueda intencionada de bibliografía sobre algún tema de especial preocupación. Y éste último ha sido mi caso con Morir de azul, de Ramón Peñacoba Royuela. Y ello, porque últimamente ando interesado en conocer la historia que vivieron los diversos componentes de la denominada División Azul en las lejanas tierras de Rusia; trabajo de investigación previo al nuevo proyecto literario que me propongo escribir; una novela negra centrada en el contexto bélico que vivió la mencionada División.

 

Morir de azul, sorprendentemente para mí, es una novela que me ha gustado; a pesar de que su temática se sustenta en el manido uso del tema de las dos Españas, trasladándolo, eso sí, a las heladas tierras de Leningrado. Pero lo he leído con gusto y rapidez, señal inequívoca de que la trama me ha enganchado.

Posteriormente, tras su lectura, y por seguir con ese ejercicio de reflexión y valoración que suelo realizar con todas aquellas obras que leo, ponerme a escribir una reseña sobre la misma ha resultado casi una obligación.

Y aquí estamos, buscando información previa sobre el autor, y descubriendo con ello que, de Ramón Peñacoba Royuela, no existe en la Red prácticamente nada relativo a su vida particular, aunque, sobre sus obras, en cambio, si se encuentra bastante. Y esto ya constituye un hecho que, a mí, personalmente, me contraría, pues soy de los que como decía Thoreau, “antes de leer una obra exijo conocer la trayectoria del autor; algo así, como si hubiera escrito una carta a sus familiares y amigos”. Porque cualquier obra es reflejo de su autor. Y conocerlo previamente, posicionará al lector con arreglo al texto que va a leer.

Bien, pues de Ramón Peñacoba, lo único que he encontrado son unas brevísimas y propias afirmaciones sobre sus intereses particulares que no resultan ser otros que, la literatura, la naturaleza, la montaña y el mar; “siempre el mar” —reitera el autor. También se califica como escritor y viajero, moviéndose últimamente en el campo de la cooperación internacional. En fin, poca cosa, desde luego, como presentación del escritor. Pero… ¡eso es lo que hay!

La trama se sitúa en el frente de Leningrado, concretamente en febrero de 1943; las tropas españolas combatiendo junto al ejército alemán, al final de la batalla de Krasny Bor, donde la División hizo frente a una potentísima ofensiva rusa que causó la mitad de bajas a los componentes agrupados en dicho sector.

Y en este marco van a encontrarse de nuevo, el señorito con sus galones de oficial, y su propio jornalero, como suboficial altamente condecorado, ambos protagonizando una huida extenuante que les permitirá revivir los odios y misterios que quedaron atrás en la España de la Guerra Civil.

Los personajes, Julio y Pedro, resultan claros estereotipos de la España de la época: el atildado señorito sin valor, y el humilde jornalero lleno de bravura, odio y deseo de venganza; para acabar desmontando tópicos, y convertir al señorito en un hombre con sentimientos, que pretende reparar los muchos desatinos realizados con anterioridad.

Para mí, lo mejor, la descripción del sufrimiento y la guerra. El calvario que supuso para aquellos hombres el gélido invierno ruso, y los actos de camaradería, altruismo y compasión. Lo peor, el flojo final, donde el lector ha de imaginarse por qué el reencuentro de estos dos hombres, capturados juntos y hechos prisioneros, ocurrirá once años después con la llegada del Semiramis a Barcelona, el buque griego que devuelve a los divisionarios, entre ellos a Pedro, a su patria tras un larguísimo y penoso cautiverio; y la espera de Julio en los muelles, ascendido ya a coronel, y convertido además en su propio cuñado. Unos hechos que el autor debería haber profundizado para facilitar su entendimiento al lector. Pero aun así, una obra interesante que gustará a todos los interesados en este tema en cuestión.