Sé que escribir estos post, constituye un ejercicio absolutamente banal; que, en realidad, prácticamente no se leen, y cuando sí, generalmente lo que obtienen es mera crítica, cuando no menosprecio: “Y este, ¡quién se cree que es para pretender dar lecciones de filosofía, ética y moral!”. Al menos, esto es lo que me ha llegado.
Pero tengo que decir que ello no me desanima en absoluto, porque nada más lejos de mi intención que pretender dar algún tipo de lección. Si, en cambio, me mueve un importante deseo de compartir mis propios ejercicios de reflexión personal, sobre todo en estos días de crisis y confinamiento. Reflexiones que, si a mí me ayudan, quizá puedan ayudar a alguien más. Y si no, pues tampoco me parece que puedan ofender o molestar.
De modo que aquí estamos de nuevo, dispuesto a compartir estas meditaciones del insomnio, de noches lentas y calladas, de la soledad de encontrarse uno consigo mismo y con su sosegada respiración. Son esos momentos en los que uno piensa que, a veces, como ahora, es bueno parar el mundo y disponer de un tiempo para leer, escuchar buena música, para meditar. Porque esas cosas nos mejoran; esas experiencias nos enseñan y conforman, nos indican que siempre hay otra forma de ver las cosas: “¡Cuando crees que conoces todas las respuestas, llega el universo y te cambia las preguntas!”.
A mí, personalmente, me encanta escuchar las experiencias de vida de gentes, hombres y mujeres, que lo han pasado mal. Y reflexionar sobre las lecciones que sacaron de ellas. Porque son experiencias de infinito valor, muy alejadas de los valores en alza en los últimos tiempos. Son valores de esperanza, amor y superación incondicional.
“Vivir es aprender a perder lo que ganaste”; decía un magnífico ser que, prácticamente desahuciado por la ciencia médica, cuando apenas era un adolescente, pasó casi una década en un hospital, algunos de aquellos años aislado en una burbuja de oxígeno. Perdió un pulmón, medio hígado y una pierna. Y aun así recordaba con la mejor de sus sonrisas, como aprendió a sentir que cualquier pérdida podía significar una ganancia: perdió una pierna; ganó un muñón; perdió un pulmón y medio hígado, aprendió que se puede vivir con la mitad de lo que se tiene. Y por último conoció que aprender a morir, es en realidad aprender a vivir, porque cuando se pierde el miedo, uno puede dormir tranquilo y despertar sin angustia.
Toda generación —decía—, sin excepción, pasa una gran crisis económica, una pandemia y una guerra. De modo que la nuestra no iba a ser diferente, si se puede considerar lo que nos está ocurriendo, además de una pandemia, como una guerra biológica, declarada o no. Y siempre se ha superado; siempre la vida continuó. Así que lo superaremos sin duda. Pueden que hasta muchos vuelvan diferentes y mejorados.
Pero mientras tanto, habitemos nuestra isla personal, llenémosla de lecturas, reflexiones, conversaciones con nuestra familia y amigos. Volvamos a decir ¡Aquí estoy, cuenta conmigo!; y volvamos a sacar nuestra mejor sonrisa. Porque vivir sin ella es una gran pérdida personal.
De modo que, ser felices, amigos míos, porque esa es una de las mejores cosas que tenemos, sin duda, para dar y compartir con los demás.
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