MOMENTOS PARA EL DIÁLOGO (V) - FILOSOFÍA PARA PENSAR - Momentos para discrepar

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miércoles, 1 de abril de 2020

MOMENTOS PARA EL DIÁLOGO (V) - FILOSOFÍA PARA PENSAR

Nadie puede dudar de que estos tiempos nos están trayendo días complicados; días en los que muchos nos sentimos infelices. Otros, al contrario, se sienten excesivamente eufóricos, como si fueran unas vacaciones pagadas, un tema poco menos que banal.
En ambos casos ocurre lo mismo: son percepciones falsas. Porque estamos comparando, y además, estamos comparando mal. Siempre que comparamos no solemos valorar lo que tenemos, solemos relativizar, y comparamos con referencias que nos hacen sentir mal. Me explico: amanece un nuevo día, y sentimos que nos pesa el solo hecho de tener que levantarnos, que nos abruma el peso del confinamiento y la soledad: “¡Otro día igual!” —nos venimos a decir—. Y así, aun sin darnos cuenta, estamos predisponiendo el ánimo hacia la insatisfacción de la abulia; es decir, a la infelicidad en sí.
FILOSOFÍA PARA PENSAR
No sabemos darnos cuenta que, desde que nos viene el primer pensamiento, estamos comparando. Estamos preguntándonos cómo podría ser el día si la situación fuera normal: saldríamos a la calle, pasearíamos, estaríamos con aquellos —padres, hijos, hermanos, nietos— que ahora echamos tanto de menos. Y claro, la realidad del confinamiento, vista así, se nos hace durísima y cuesta arriba.
Pero si en lugar de comparar de esa manera, nos limitáramos a valorar lo bueno que tenemos —ha amanecido un nuevo día, estamos sanos, los nuestros están bien, tenemos todo el día por delante para hacer cosas y ayudar a los demás—, veríamos que existen muchas razones para encarar el día de modo positivo, y por tanto de cara a la felicidad.
Porque la soledad, en realidad, no es tan mala cosa. Algunos pensadores la encuentran incluso saludable, porque consideran que la compañía, aún la mejor, cansa y relaja pronto. Las más de las veces se suele estar más solo entre la gente, que cuando nos encerramos en nuestro cuarto, porque todo aquel que piensa y/o trabaja ha de estar de alguna manera solo —decía Thoreau—. Y no es este uno de los pensamientos con los que más coincido del pensador. Pero sí coincido con su invocación perenne a la serenidad: “Al igual que el viento sobre la laguna riza el agua, así ha de rizarse la serenidad, como pequeñas olas levantadas por el viento que distan de la tempestad”. Es decir, los días hay que afrontarlos como vienen, pero aunque los hechos nos pongan a prueba, nuestra serenidad debe imponerse.
En mi propio caso, durante estos días, he tenido la oportunidad de reencontrarme con muy viejas lecturas; libros que en su día fueron importantes, pero que luego quedaron en los anaqueles acumulando polvo, porque su contenido parecía no tener ya cabida en el mundo actual.
Sí, efectivamente, porque uno también cayó en esa vorágine de perseguir lo superfluo y banal, esas cosas externas con las que se piensa que se puede alcanzar la felicidad: el triunfo, la fama, el dinero. Y me esclavicé, sin darme cuenta, de ese absurdo y fútil mundo de las redes sociales, siempre tan superfluas y llenas de banalidad. Por eso ahora, al retomar estas lecturas —Tácito, Sócrates, Séneca, Marco Aurelio, Gracián—, y comprobar como los valores que escribieron en ellos, continúan válidos e inmutables a través de milenios, uno no puede menos que pensar ¿En qué momento me perdí? ¿Cuándo mi rumbo me puso a la deriva siempre a riesgo de naufragar?
Y ha tenido que sucedernos esta calamidad para volver a pensar estos valores ¡Qué pena! Hay que ver cuánto tiempo perdemos, cuanto tiempo perdí.
Y ya para finalizar, como hacia Séneca en sus Cartas a Lucilio, un pequeño consejo: “El ser humano solo lo es, cuando es capaz de controlar sus reacciones, porque no puede cambiar los hechos, pero sí puede escoger el modo de actuar sobre ellos”.

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