MANCHA HÚMEDA (XVIII) - RUIDERA: EL CONFLICTO - Momentos para discrepar

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martes, 12 de mayo de 2020

MANCHA HÚMEDA (XVIII) - RUIDERA: EL CONFLICTO

Yo fui descubriendo Ruidera poco a poco, con mucho estudio, mucho trabajo y esfuerzo, y con mucha pasión, también. Pero, sobre todo, yo he conocido Ruidera de la mano de ciertas personas: unos, políticos más o menos encumbrados; otros, científicos estudiosos del parque natural; también funcionarios de mayor o menor rango con el denominador común de creer en su trabajo y en lo que estaban haciendo; ecologistas de una u otra tendencia, periodistas, editores especializados; y sobre todo, de mano de algunas personas, mucho más sencillas y anónimas, pero que, curiosamente, fueron las que más se esforzaron por transmitirme su sentir.
PARQUE NATURAL DE RUIDERA
 
De modo que puedo decir que, mi idea y posicionamiento sobre Ruidera, se ha nutrido de visiones y conocimientos desde todos los ángulos; es decir, he vivido los conflictos que la acosan, los he compartido, he participado en ellos, he mantenido posicionamientos radicales que solo conducían al enfrentamiento; hasta que al final, con el transcurso del tiempo, comprendí que no es esa la forma adecuada, que existía un claro conflicto de intereses, y que la única forma de transformarlo era aceptar que el diálogo era imprescindible, y que éste tenía que ser positivo. Porque diálogo habíamos tenido, claro está, pero siempre de forma negativa, y por tanto destructiva.
Reconozco que tardé mucho en llegar a comprender que el conflicto supone, en realidad, una auténtica oportunidad, porque nos ayuda a pararnos a evaluar las situaciones, a reemprender el camino en otras direcciones; que todo conflicto puede suponer una fuente de innovación y cambio.
Llegué a esa convicción, sí, pero también llegué a la conclusión de que había mucho de teórico, por no decir de ingenuo, en esta convicción. Porque, en realidad, debo decir, y ello con todo mi pesar, que nunca he conocido a nadie incurso en este conflicto, que en realidad quisiera cambiar en sus posiciones y planteamientos, fuera cual fuera su condición social o su puesto institucional.
Por eso pienso, estoy convencido de ello, que el problema de Ruidera es irresoluble, porque en este conflicto nadie reconoce al otro, nadie valora al contrario, y por tanto solo sabemos ver amenazas, despreciando cuanto se puede aprender y sacar de bueno. No escuchamos, quizá porque no sabemos, porque para que nos escuchen, antes debemos escuchar; para que nos reconozcan, debemos reconocer; algo que si ya en situaciones de normalidad es difícil, en el conflicto de Ruidera es una imposibilidad.
Ruidera no tiene solución, como no la tiene la Mancha húmeda, ni el alto Guadiana. Y no la tiene, porque la única cosa que la podría forzar sería una sociedad comprometida y formada, unida en un consenso de objetivos, y capaz de movilizarse, con tanta fuerza, que obligara a cambiar. Esto es, debería ocurrir algo así como un cataclismo social. Y eso no es una utopía; es una autentica imposibilidad ¿Cómo se podría esperar algo así, cuando ni siquiera aquellas personas más enamoradas de Ruidera, aquellas que incluso la elegirían como el lugar donde “perderse” o huir, son conscientes del problema?
Mucha belleza, mucha espectacularidad en vídeos y fotografías, mucho alucinar al hablar de la maravilla que es Ruidera, de aducir que hay que cuidarla y tratarla bien, pero incapaces de tomar una posición social crítica, de poner una denuncia, de asociarse para su defensa activa. Y no porque sean indolentes o cínicos en sus posturas, no, simplemente, es que somos así. Llegamos en nuestros coches, paseamos pisoteando las barreras travertínicas, incrementamos la masificación veraniega al mismo tiempo que pensamos que todo eso es una barbaridad ¡Qué incoherencia! En fin; no son críticas estas letras, o no lo pretenden; solo son un nuevo desahogo personal.

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