Continuemos con aquella escapada que comenzáramos en la Morra de la Conceja. Era
una espléndida otoñal mañana, y a eso del mediodía las prendas de abrigo
comenzaron a sobrar, lo que motivó que nos decidiéramos a quitárnoslas ¡Craso
error!; porque la brisa era fría y helaba nuestro sudor.
El paseo lo comenzamos
desde la laguna Conceja, en el denominado “Baño de las Mulas”. Su nombre deriva
del uso tradicional que se le dio hasta mediados del siglo XX, donde se
refrescaban las yuntas después del acarreo de la trilla y la mies.
La
transformación ecológica y medioambiental de esta laguna comenzó en 1920, cuando
se construyó la central hidroeléctrica de Ruipérez. Para alimentarla se
construyó un salto de agua que conllevó la realización de un azud y una toma que
se regulaba con unas compuertas accionadas a mano. Después, el agua se conducía
por un canal cementado, de unos trescientos metros de longitud, hasta llegar a
la entubación de la turbina: un salto de ocho metros capaz de sustraer de la
Conceja más de tres metros cúbicos por segundo.
Evidentemente, cuando aquello
comenzó a funcionar, los niveles de la laguna bajaron hasta el punto de
interrumpir su comunicación y continuidad natural con la Tinaja. Solo el cierre
de la central posibilitó, a partir de 1976, que volviera a recuperarse la
comunicación entre ambas lagunas a través de su torrentera superficial.
Comunicación que ya dependería siempre de los avatares climáticos y del nivel de
sobreexplotación de las subterráneas aguas del Acuífero 24; circunstancia, ésta,
que comenzaría a partir de 1986.
El paseo desde la Conceja a la Tinaja puede que
sea uno de los más recorridos de Ruidera. Aquí la presión del urbanismo se deja
sentir con especial intensidad, pero la belleza de sus pequeñas cascadas, ollas
y pilancones, en especial la denominada “Plaza de Toros”, hacen las delicias de
cualquier observador. De modo que Héctor disparaba sus cámaras con profusión,
mientras Salvador se desviaba para adentrarse por la espesura: buscaba el camino
para hacernos llegar hasta la Fuente de la Ringurrina.
Soy persona de esas que
intentan, en su día a día, mantener una filosofía de vida que no trate de
evitar, suprimir u ocultar las emociones internas: todo lo contrario, procuro
reconocerlas, reflexionar sobre ellas, y en su caso, reconducirlas. Tal vez, por
eso, mi prejuicio visceral ante la caótica, nefasta y negligente gestión del
espacio natural, junto con la estulta ceguera ecológica de la propia población
ruidereña, promocionando y defendiendo la masificación turística, pudo quedar
como en suspenso durante aquel corto espacio de tiempo que permanecimos en la
Ringurrina. Porque de nuevo volví a sentir esa especie de comunicación telúrica
y mágica con aquellos míticos pobladores de este espacio ancestral.
Y mientras; no me pude resistir a la tentación de
transmitir algunas notas eco-sociológicas a nuestros queridos acompañantes. Al
fin eran más de treinta años de estudio y desvelo por aprender y comprender,
tanto de este paraje, como del resto de mi adorada, Mancha Húmeda. Pero ya era
bien entrada la hora, y nuestros estómagos reclamaban su atención. De modo que
decidimos parar a comer… En el Mesón de Juan, allá donde un día pernoctara
Azorín, nos esperaba un magnífico yantar.
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