No todos los días amanecen iguales. Unos son grises, mientras en otros luce el sol. Lo mismo nos ocurre a las personas; unos días despertamos alegres y optimistas, y otros, apagados y tristes ¡No pasa nada; es lo normal! —pensamos de forma lógica y racional—. Pero no es así; los días tristes son una lacra que nos restan actividad vital; por tanto, vida, y buena forma de vivirla.
Montaigne decía: “Necio ornamento es la tristeza; pues constituye una cualidad loca, cobarde y dañina para el ser humano”. Los sabios estoicos la prohibían a sus seguidores, porque, para ellos, cuando la aflicción y la desgracia son extremos, se aturden cuerpo y alma hasta el extremo de paralizar los actos. De modo qué, solo después, transcurrido el adecuado tiempo, uno podrá desahogarse con lágrimas y lamentos: “Leves las penas se expresan; grandes, se callan” —decía Séneca—. Por tanto, esas tristezas que se pueden mostrar y digerir según los días, son mediocres, cobardes y egoístas ¿Cómo podemos sentirnos tristes según amanece el día, cuando a nuestro alrededor cunde la mayor desolación?
El COVID-19, y las medidas de confinamiento, tienen que suponer, para todos aquellos que no hemos sufrido la desgracia de su violencia extrema, una auténtica lección de humildad que debería instalarnos en el agradecimiento diario, que no en la tristeza; y después, en la responsabilidad que posibilite la confianza de saber que el otro hará lo que tienen que hacer, porque nosotros lo hacemos y confiamos en que lo hagan los demás.
Somos muy vulnerables; eso lo hemos descubierto. Pero también hemos redescubierto a nuestros vecinos; nos hemos redescubierto solidarios, y se han abierto puertas y ventanas que apuntan a la reconciliación, a la empatía, al altruismo. Hemos redescubierto que somos humanos, sociales, que es posible una sociedad pluralista y solidaria. Se han multiplicado las posibilidades de transmitir y enseñar los tradicionales valores gracias al encuentro familiar producido en nuestros hogares.
En estos momentos constituye una auténtica obligación personal el saber estar agradecidos con nuestra propia vida ¿Para qué necesitamos compararnos con los demás? Nos ha de bastar todo lo que hemos adelantado, lo largo que es el camino que hemos recorrido. Y luego compartir ese agradecimiento.
Son tiempos de solidaridad, austeridad y encuentro con uno mismo y con los demás. Pero esta sociedad banalizada e idiotizada por las redes sociales, que hasta prácticamente ha perdido la capacidad de leer y de entender, solo por pura falta de práctica, no está preparada para ese reencuentro consigo misma y con sus propios valores. Y no es ello lo peor, porque eso se puede arreglar, sino que sus miembros, ni comparten, ni encuentran necesario, ni quieren de ninguna manera, abandonar el individualismo virtual de sus App; su mediocridad, en suma, porque es su valor esencial.
Soy de los que creo en el destino. Pero también pienso, que sea éste cual sea; los principios, las convicciones y los hechos, deben protegernos; ayudarnos, en suma, a llegar donde debemos llegar. Así que, si hoy estás triste, eleva tu pensamiento; recuerda todo lo bueno que tienes y persigue aquello que te has propuesto alcanzar, aunque no puedas. Porque el disfrute y la felicidad están en el camino, en la espera, y no en su alcance, que siempre supone decepción. Sin duda eres afortunado cuando amaneces cada día ¡Aprovéchalo! No te permitas esa tristeza egoísta y dañina, porque te impedirá lo que ahora es esencial; ser solidario para ayudar y apoyar a tu comunidad.
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