Publicar un texto como Tierra Herida no es una fácil decisión, porque supone compilar todo el dolor acumulado durante años al ver morir, de forma lenta pero inexorable, aquello que amas con pasión. Son artículos y post que fueron apareciendo en su momento en mi propio blog www.momentosparadiscrepar.es como actos de denuncia —o quizá debería decir, desahogo— de tanto maltrato ecológico como sufre mi tierra. Aunados y compilados todos ellos en una sola publicación, suponen una especie de testimonio, además de un clamor.
Soy persona que intenta seguir una forma de vida que busca tener claro, en todo momento, qué es lo que está, y qué no, bajo mi control. Procuro centrarme en aquello que puedo controlar, y así tratar de alcanzar una serenidad que me permita vivir mejor. Pero eso no significa que lo que no está bajo mi control me resulte indiferente. Porque no todas las cosas tienen solución; la cuestión estriba en actuar como si la tuvieran; aunque, eso sí, intentando evitar la preocupación obsesiva de esperar el resultado externo que aún no ha ocurrido, y que probablemente nunca ocurrirá.
No siempre en mi vida esto fue así. No lo fue, desde luego, en aquellos momentos de juventud en los que decidí embarcarme en la quijotesca idea de “desfacer entuertos”, si bien en el aspecto medioambiental, más que social.
Para mí todo comenzó en el verano de 1991, cuando estalló una especie de conflicto institucional entre la autoridad municipal, y un grupo de presión formado por agricultores, aunados bajo el manto de su comunidad de regantes, que hicieron bandera de la necesidad de permitir la proliferación del regadío en esta tierra, pese a la sobreexplotación en que se encontraba sumido el acuífero 23. Las consecuencias, a nivel ecológico, habían sido devastadoras, pero amenazaban con aumentar.
Por entonces, dada mi juventud, nada más lejos de mi, que pensar si aquellos hechos que se estaban produciendo estaban bajo mi capacidad de control, o no. Al contrario, el ímpetu y la ingenuidad eran tales que me hicieron entrar en el mundo ecologista, como “elefante en cacharrería”: rompiendo, aplastando, denunciando todo cuanto se me ponía por delante. Pensaba cambiar el mundo, aunque fuera un mundo tan reducido como el constreñido por la Mancha occidental.
Por supuesto, con el paso de los años, nada cambió a mi alrededor, salvo mi propio pensamiento. Lo que me provocó una enorme frustración. De modo que decidí abandonar. Al final habían sido casi treinta años de lucha ¡Ya estaba bien!
Pero luego, el recuerdo volvió, y las ganas de escribir para no olvidar, también. Tierra Herida es el fruto de todo ello. Ojalá que logre su objetivo, que no es otro sino el de constituir un testimonio para no olvidar.
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