FILOSOFÍA Y SOCIEDAD (IV) - UTOPÍA - Momentos para discrepar

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jueves, 11 de junio de 2020

FILOSOFÍA Y SOCIEDAD (IV) - UTOPÍA

Cuando en 1516, Tomás Moro, publicó su obra Utopía, el poder político y religioso de la época se estremeció. Porque a la dura crítica inicial sobre la sociedad, añadió una idea y un pensamiento de organización de una comunidad justa y feliz que situaba en Utopía; una isla imaginaria en ningún lugar.
Desde entonces, el resurgir de la idea filosófica de la utopía conoció un importante auge, escribiendo sobre este concepto pensadores y escritores de tanta influencia como Rebeláis, Campanella y Bacón. La Ilustración también acogería la idea a través de Rousseau, fundamentalmente.
ÓLEO DE MARÍA ARIAS
Los inicios de la industrialización, con sus profundos cambios, sus conceptos del individualismo insolidario y sus enormes injusticias, abonaron el terreno del descontento y la crítica. Surgieron así, fecundas, las nuevas idealizaciones de las sociedades utópicas, hasta culminar en el socialismo utópico de Fourier, Saint-Simón y Owen. La novedad con respecto a las ideas anteriores, era que nacían con el objetivo inmediato de llevarse a la práctica. No obstante, el socialismo científico, anularía pronto estas propuestas.
En los últimos dos siglos, la idea de la utopía se abandonó, para centrarse en los mecanismos de acción revolucionaria como único proceso válido del cambio dirigido a conseguir unas sociedades más igualitarias.
Pero en el momento actual, quizá como causa de los retrocesos democráticos y sociales que experimentan las supuestas sociedades avanzadas, parece que se vuelve a vislumbrar un tiempo propicio para el resurgir de nuevas utopías. De hecho, la utopía científica vive momentos de gloria con su propuesta de perfeccionar técnicamente el organismo humano.
Sin embargo, no ha ocurrido lo mismo con la utopía social, totalmente ausente, como poco, desde inicios del segundo tercio del pasado siglo. Y ello por la utilización que los regímenes totalitarios hicieron de ella, al presentarse a sí mismos como utopías hechas realidad.
Luego, con la caída del Muro de Berlín, los poderes fácticos del neoliberalismo, al considerar alcanzada la victoria en la Guerra Fría, divulgaron, como si fueran mantras, las ideas de que la utopía es irrealizable, y por tanto no existe alternativa al modo de vida presente; y que buscarla supone riesgos sociales inaceptables. De modo que instalada la posverdad como un virus en nuestras conciencias, nadie se siente capaz de concebir alternativas socioeconómicas al capitalismo global. 
Pero lo cierto es que no es esto lo que nos muestra la historia. En 1817, Robert Owen, propuso por primera vez la jornada de ocho horas ¡Y ello en una época donde se trabajaba casi el doble! La AIT adoptó la idea en 1866; y en 1890, las Trade Unions, en su congreso de Liverpool, consiguieron que el conjunto del movimiento obrero reivindicara los “tres ochos”: ocho horas de trabajo, ocho horas de descanso, ocho horas de ocio.
Aquello pareció inconcebible en la época: las empresas quebrarían, los obreros se emborracharían con tanto ocio sucumbiendo a sus más bajos instintos… La propuesta se consideraba tan alejada de la realidad que nunca se alcanzaría. Pero se alcanzó —ciento dos años después de Owen la idealizara—, y sin que ello conllevara el apocalipsis que anunciaban.
Lo que viene a demostrar que las ideas utópicas —sufragio universal, derechos de las mujeres, etc.— a veces se logran por el empeño de varias generaciones que las reclaman contra viento y marea.
Hoy la utopía social, como fruto de la interiorización de que “no existe alternativa” al capitalismo neoliberal, parece convertir en irrealizable y peligrosa cualquier otra idea alternativa. Y ante ello surgen las microutopías (feministas, gais, ecologistas, indigenistas), una forma amenazante de acabar definitivamente con la utopía: porque en realidad, lo que suponen estos movimientos, es la resignación a aceptar que no hay alternativas al neoliberalismo, y tratar de redirigir los pensamientos utópicos de acuerdo con ello.
Y puede que ésta constituya la gran victoria final del neoliberalismo: la de haber conseguido que nuestra mentes y anhelos hayan borrado de nuestro ser cualquier posibilidad de dudar y de exclamar: ¡No hay alternativa, por ahora, pero la habrá! Eso, suponiendo que seamos capaces, además de lo suficientemente imaginativos, como para no renunciar a la utopía como motor de avance y cambio social.

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