La desconfianza en la política es algo generalizado, pero la desconfianza en los políticos es un tema ampliamente corroborado en el mundo occidental: ¿Por qué los ciudadanos hemos llegado a alcanzar semejante grado de desconfianza en nuestras élites?; si a cambio lo único que se puede recibir es lo mismo de ellos; esto es, que los políticos paguen al pueblo con la misma moneda y desconfíen también de él.
Lo cierto es que el ruedo político se ha convertido en una especie de feria elitista donde el abismo entre la pobreza, e incluso de una gran parte de las clases medias, cada día es más profundo con aquellos que detentan la riqueza y el poder.
Y esto es algo que parecen haber aumentado exponencialmente las redes sociales y los modernos medios de comunicación social. Porque las élites tienen a su alcance todas las posibilidades para difundir sus lujosas opiniones, ocultándolas desde una pátina de falsa verdad: que si la sanidad pública es insostenible y poco eficaz, cuando en realidad solo podríamos disfrutar de una sanidad privada si tuviéramos los medios económicos para ello; que si la educación pública es un dispendio poco efectivo, cuando la educación privada, desde la infantil a la superior, solo está al alcance de aquellos privilegiados nacidos en “cuna bien”; que si sobran títulos universitarios y faltan formaciones laborales, cercenando con ello el derecho al ascenso personal de los menos privilegiados, y cerrando con ello la principal vía que podrían tener para salir de su condición, y para desafiar la suya también.
Esas élites no cesan de difundir sus “lujosas” opiniones a través de la publicidad y los grandes medios que poseen; desde los Gobiernos que controlan, hasta los partidos políticos y medios de difusión que financian. Con ello piensan controlarlo todo.
Pero lo cierto es que están creando unas enormes masas de resentimiento contra ellos. Y lo que sorprende es comprobar, como a pesar de lo aisladas que esas élites suelen vivir, no capten esta aversión creciente, o si la captan, aun mínimamente, la obvien enseguida bajo el calificativo de “populismo” o insistiendo en la mera maldad e inutilidad de ese populacho que desprecian, pero que a la vez quieren gobernar.
Ante ello, la mayoría silenciosa tiene que reaccionar; aprendiendo a ser conscientes de semejantes manipulaciones y contrarrestando con sus mismas armas ese pensamiento elitista absolutamente inmoral.
Tendríamos que aprender a manejar las redes sociales de igual manera que lo hacen ellos. Y eso pasa por dar de lado a la banalidad —al menos en parte— y aprovechar las inmensas posibilidades que las redes ofrecen para contactar y seguir a tanta gente interesante. Sería casi como hacer filosofía socrática o helenística —los diálogos que sus clásicos emprendían—, a través de las conversaciones o lecturas que podríamos mantener a través de Internet.
Recordemos que la tradición aforística se asemeja mucho a los textos breves que proliferan por las redes, con la ventaja para estos de facilitar enlaces a textos más largos que pueden ser consultados según el interés.
En definitiva, Internet y las redes sociales nos permiten romper las barreras de comunicación existentes con teóricos, intelectuales, y todo el saber encerrado en claustros y/o fundaciones. De este modo podríamos rebatir y contrarrestar ese mensaje de lujoso elitismo que nos hunde cada vez más en nuestra propia mediocridad. Aprendamos a combatirlo, en lugar de dedicarnos solo a odiarnos y aguantar.
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