De vez en cuando ocurren este tipo de cosas; que uno encuentra una lectura, casi sin pensarlo y sin conocer previamente al autor, de un género —novela negra— que no es que me provoque especial atracción, y que cuando te pones a leerla te sorprende casi desde sus primeras páginas produciéndote una honda impresión.
Pues eso es lo que me ha ocurrido con La tristeza del samurái; una novela que al poco de tomarla me tenía enganchado como esas otras obras que algún día leí y que dejaron grabadas páginas e historias que ya nunca olvidé. Y sin pasar a considerarla como una obra maestra del género en cuestión, desde luego debo decir que es una obra extraordinariamente buena, un libro que vale la pena leer.
Siempre, cuando hago una reseña, es para mí una necesidad descubrir un poco al autor: Víctor del Árbol nació en Barcelona, en 1968, de una familia humilde; tanto que su madre lo dejaba en la biblioteca, desde la salida del colegio hasta la hora de cenar, al cuidado de sus otros hermanos, para poder acudir a su trabajo de limpiadora. Allí, y como fruto de tantas lecturas, comenzaría su vocación literaria.
Fue seminarista durante cinco años, cursó algunos estudios de Historia en la Universidad de Barcelona, e ingresó en el cuerpo de Mossos d´Escuadra, permaneciendo en ellos hasta el año 2012, en que ya pasó a dedicarse por entero a su labor de escritor. Cuenta con numerosos premios, nacionales e internacionales, y es, decididamente, un magnífico escritor.
Así, pues, una infancia dura, y un contraste de experiencias de vida tan opuestas como el seminario y la acción policial en las calles de Barcelona, han configurado la esencia del autor: “Para mí —dice Víctor del Árbol— trabajar en la policía fue una escuela de vida. Aprendí tanto sobre los demás como sobre mí mismo. Comprendí la distancia que existe entre la Justicia y la Ley; la dicotomía entre instinto y civilización; conviví con la violencia de género, el abuso de menores, el coraje y el ansia de justicia. Todo eso está en mis libros”.
Pues, sí, todo eso está en sus libros. Al menos lo está en La tristeza del samurái; una trama compleja y perfectamente hilvanada que se desarrolla en dos contextos temporales distintos: la España de la posguerra; Extremadura, 1941; y la incipiente España democrática, Barcelona, 1981. En realidad, se trata de dos subtramas que se desarrollan de forma paralela, sin puntos de encuentro iniciales, pero que, poco a poco, irán encajando sus piezas de forma verdaderamente magistral. El resultado es un conjunto tan enrevesado y armonioso que pondrá a prueba al lector, exigiéndole un nivel de concentración que le impedirá realizar una lectura superflua y banal. La proliferación de personajes, y el engarce de unos con otros, estimula la atención enganchando de una manera absolutamente total.
Los personajes están perfectamente definidos, con sus peculiaridades bien marcadas, y sus propias historias personales como marcos que modelan y configuran sus vidas. No son buenos ni malos; son fruto de sus condicionantes y circunstancias; como si el destino personal les hubiera impedido ser diferentes. El arrepentimiento final, o el propio enjuiciamiento de sus vidas, pondrá la reflexión ética o moral que condiciona la formación del autor.
En resumen, una novela trepidante e intensa que, sinceramente, recomiendo leer.
Me encantó. Merece la pena leerla. Gracias, Mariano por tus impresiones. Yo también la reseñé en su momento.
ResponderEliminarGracias, Cristina. Sí, ya vi y leí tu reseña tomando las notas oportunas. Me alegro que coincidamos en la valoración de esta obra. Un abrazo.
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