A Ruidera regresaba siempre que podía, enamorado de un paraje que me había conquistado a medida que lo iba conociendo. De modo que dedicaba mucho de mi tiempo libre a visitarlo. No necesitaba excusa alguna: simplemente cogía mi blog de notas y mis cámaras, y me plantaba allí; como lobo solitario queriendo entenderlo bien. Eran horas y horas de largas caminatas por senderos y vericuetos en busca de interpretar ese libro conformado por historias y sentimientos. Y de este modo pude llegar a entender bien las distintas “Ruideras” que se pueden conocer: la arqueológica, la histórica, la de la naturaleza, la social y etnográfica, la política y cultural; además, claro está, de la que yo podía apreciar de forma subjetiva y personal. Todas y cada una de ellas me resultaban de un especial interés, pues todas tenían su propio aquél, su propia idiosincrasia que yo descubría a través de ese continuo cronológico que conformaba el paso del tiempo en su propio acontecer.
Había elevado a condición de premisa básica la cuestión de que conocer Ruidera no consistía solo en visitarla: había que aprender sobre ella. Pero una vez que se conociera el parque natural, lo que había que hacer era visitarlo continuamente a fin de seguir su evolución, de ser testigo presencial de los aciertos o desmanes que pudieran acontecer en su gestión. De modo que volvía, una y otra vez. Me planeaba rutas que luego recorría tomando notas y fotografías que servían para ir llenando las páginas de aquel diario personal que un buen día comencé: páginas que ahora, al releerlas, todavía me llenan de emoción:
“Tras la reunión convocada por la Coordinadora 0, he pasado los siguientes días recopilando información a fin de conocer mejor los postulados que defienden, pero sobre todo, en un intento de conocer bien qué es lo que está pasando en el parque de Ruidera, y por extensión, en todo el Campo de Montiel”.
La “guerra del agua” en la altiplanicie se inició, fundamentalmente, en la cabecera de las lagunas. Los propietarios de las grandes fincas iniciaron una especie de movimiento estratégico dirigido a posicionarse ante la Administración, y qué mejor para ello, que cuestionar la declaración de sobreexplotación del acuífero 24. De modo que encargaron la realización de un informe científico a un hidrogeólogo valenciano, que llegó a sostener que el mencionado acuífero —manantial de las lagunas de Ruidera, y nacimiento de los ríos Azuer y Jabalón— no estaba sobreexplotado, cuestionando, directamente, a las autoridades y administración que, desde 1988, lo había declarado en situación de sobreexplotación. Se basó para ello en una simple operación matemática: si los recursos renovables anuales del acuífero 24, se cuantificaban en ciento treinta y cinco hectómetros cúbicos, la extracción de treinta y cinco en la cabecera de las lagunas no podía suponer ninguna sobreexplotación.
Nunca me quedó tan claro como entonces, cómo se puede manipular la realidad utilizando medias verdades, porque entonces todavía no se conocía el mundo de las redes sociales, ni la desinformación, ni las fake-news, pero eso era lo que se estaba haciendo utilizando los medios tradicionales de comunicación. Porque para entonces ya había estudiado los suficientes informes científicos, especialmente los del IGME, como para conocer que el acuífero 24 estaba compartimentado, de forma que sus extracciones, concentradas en una determinada zona, no incidían sobre todo el acuífero, sino sobre el compartimento hidrogeológico sobre el que se asentaban. Y el de cabecera de las lagunas, tenía unos recursos renovables de treinta y seis hectómetros cúbicos, de los que se estaban extrayendo, treinta y cinco. Es decir, que lo habían secado, prácticamente, en su totalidad.
Y el resultado estaba allí: desparecieron todos los cursos superficiales y manantiales de cabecera y las lagunas de La Taza y La Nava. La Blanca se había secado; se habían interrumpido todas las comunicaciones superficiales, y los descensos en las lagunas altas eran más que notables, llegando a secarse la Redondilla en un tiempo posterior. Y esto no obedecía a ningún ciclo natural, sino a la realidad añadida de la sobreexplotación de las aguas subterráneas. Así que había que actuar rápido y se actuó. La guerra del agua acababa de comenzar en los Campos de Montiel.
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